Desde el Corazón de America del Sur desde Tacna-Peru llega con una nueva vestidura el Rayo Inka

lunes, 10 de agosto de 2009

El Ego, la concienciay fuerzas cosmicas

Esta noche han habido, aquí, algunos números artísticos maravillosos, extraordinarios. El último de estos alude, en forma enfática, a la liberación del hombre. Desde esta tribuna de la elocuencia van mis felicitaciones, muy sinceras, a los hermanos gnósticos que han representado todo este Drama. También debo agradecer a la "Estudiantina" sus acordes tan maravillosos, con los que nos han recreado esta noche.
Concretándonos, en forma precisa, al drama que ustedes acaban de contemplar aquí, en este escenario, voy a dar una plática breve, pero clara y concisa.
Ciertamente, dentro de cada persona, en cada uno de nosotros (como ustedes han visto aquí alegorizado), existen muchas personas. Esto, precisamente esto, pertenece a la Psicología Revolucionaria.
En nombre de la verdad debemos reconocer que no tenemos una individualidad definida. Dije, muy claramente, que dentro de cada persona habitan muchas personas, y esto podría ser rechazado por los fanáticos de la dialéctica materialista, mas jamas podría ser rechazado por los hombres verdaderamente inteligentes.
Ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza, gula (con todas sus ramificaciones), constituyen, en el fondo, una serie de sucesivos Yoes que viven dentro de nosotros mismos, aquí y ahora.
Dentro de nosotros no hay, actualmente, una autentica individualidad; nadie es siempre el mismo, ni siquiera media hora. Si yo pensara que alguno de ustedes es el mismo durante media hora, obviamente no sólo estaría abusando de ustedes, sino además, y lo que es peor, estaría también abusando de mí mismo.
Así pues, no tenemos una auténtica individualidad: el Yo que hoy jura amor eterno a una mujer, es mas tarde desplazado por otro Yo que nada tiene que ver con tal juramento; el Yo que hoy jura amor eterno por una causa, es mas tarde desplazado por otro Yo que nada tiene que ver con la misma.
Muchas veces he dicho que nuestro Movimiento Gnóstico es un tren en marcha, que unos pasajeros se suben en una estación y se bajan en la otra. Raro es el que llega a la estación final, y es que, en realidad de verdad, las gentes no tienen un centro de gravedad permanente; dentro de cada persona hay muchas personas.
También esto viene a explicar la "Doctrina de los Muchos", también esto viene a explicar, en forma enfática, las contradicciones múltiples que se suceden dentro de nuestra psiquis. Si nosotros nos pudiésemos mirar de cuerpo entero, tal como somos, en un espejo, nos volveríamos locos. ¿Por qué? Porque estamos llenos de terribles contradicciones: tan pronto afirmamos una cosa, como la negamos; tan pronto le brindamos amistad a alguien, como somos su enemigo; tan pronto nos entusiasmamos con tal negocio, como lo echamos abajo (no tenemos continuidad de propósitos). A veces decimos: "Voy a estudiar Medicina, o Abogacía," y luego nos arrepentimos. Decimos: "¡No (siempre un no), no me interesa ya la tal medicina; voy a ver que otra cosa estudio!" A veces decimos: "¡Voy a militar en las filas de la Gnosis, voy a trabajar por la Revolución de la Conciencia!" Desafortunadamente, se nos presenta una copa, o aparece una persona de otro sexo en nuestro camino, y el castillo de naipes se va al suelo. O bien, alguien nos pinta la posibilidad de conseguir mucho dinero, o de hacer buenos negocios, y entonces las magníficas intenciones que teníamos, quedan destruidas.
He visto en el camino de la Gnosis, a muchos que hace quince, veinte, veinticinco años, y hasta treinta, nos escuchaban. De pronto desaparecieron, y ya viejos, volvieron diciendo: "¡Voy a ser gnóstico, quiero seguir por la senda de la Revolución de la Conciencia, quiero luchar para liberarme! Todos van y vienen, porque no hay un centro de gravedad permanente; somos verdaderas marionetas, movidos por hilos invisibles. Cada uno de nuestros Yoes (como aquí han visto ustedes, en escena), por medio de hilos invisibles nos controla.
Se ha dicho que María Magdalena tenía dentro, en su interior, siete demonios, y que Jesús, el Gran Kabir, se los sacó del cuerpo. Esos son los siete pecados capitales.
No quiero decir que no existan otros Yoes. Virgilio, el poeta de Mantua, dijo: "Aunque tuviésemos mil lenguas para hablar y paladar de acero, no acabaríamos de enumerarlos a todos cabalmente". ¡Son así, de innumerables, nuestros defectos!
Así pues, lo que ustedes han visto representado esta noche, en forma escénica, tiene una verdadera realidad. La "Doctrina de los Muchos", afirma que no tenemos un Yo individual, sino muchos Yoes. Existe el Yo amo, el Yo odio, el Yo tengo celos, el Yo tengo rencor, el Yo tengo resentimiento, el Yo tengo lujuria, el Yo me voy a vengar, el Yo soy comerciante, el Yo necesito dinero, etc., etc., etc. Todos esos múltiples Yoes pelean dentro de nosotros mismos, combaten por la supremacía; cada uno de ellos quiere ser el amo, el señor. Nos parecemos nosotros, de verdad, a una casa llena de muchos criados, donde cada uno de ellos se siento siendo el amo; ninguno de ellos se siento pequeño, cada cual quiere mandar.
Así pues, ¿dónde está nuestra verdadera realidad? ¿Cual es nuestra auténtica individualidad? La escena de esta noche, ha sido clara, objetiva, para aquellos que verdaderamente están dispuestos a comprender.
La Conciencia es lo más digno que tenemos en nuestro interior. Desafortunadamente, se encuentra enfrascada, embotellada, embutida entre todos esos Yoes que en nuestro interior moran. Ahora se explicarán ustedes por qué las gentes tienen la Conciencia dormida (sin embargo, todos creen que están despiertos). Si los aquí presentes se dieran cuenta, en verdad, de que están dormidos, dejarían de ser máquinas, se convertirían en criaturas despiertas.
Hace algún tiempo hube de ver en plena calle, en el Distrito Federal, un hecho insólito. Quiero referirme a un joven que trabajaba en "Luz y Fuerza" (una empresa mexicana). Venía aquél hombre por la calle, tranquilo. Al pasar cerca de un edificio, situado en una esquina, un pedazo de material que formaba parte de una cornisa, cayó como un rayo sobre su cabeza. El hombre, de hecho, perdió el sentido; se le vio tendido en el suelo, exhausto (posiblemente fue muerto); sus compañeros lo recogieron, agonizante, y se lo llevaron... Esto no tiene nada de asombroso, ¿verdad? Esto de que a alguien le caiga un pedazo de cornisa (desde un edificio viejo) y lo mate, pues en medio de tanta humanidad parece normal; es cuestión de un accidente, y de verdad esto no tiene nada de novedoso. Lo novedoso no está ahí; no, mis queridos hermanos gnósticos. Lo novedoso está en la multitud, en millares de personas que se acumularon bajo las ruinas de ese edificio para mirar hacia arriba. Muchos fueron los que debajo, exactamente debajo del pedazo de cornisa, se situaron para mirar hacia arriba, verticalmente. Así fue como quedo yo asombrado: ¡he ahí el estado de inconsciencia en que se encuentra la humanidad!
Recuerdo también, hace unos veinte años, algo extraordinario. Sucedió que estando yo en un Mercado, llamado "Mercado Gómez", en la "Colonia Federal", explotó (de pronto) un depósito de dinamita. Se vieron muchos materiales volar por los aires, parecía como si la tierra se hubiese estremecido; todo, ruinas y desolación: corrían, en aquel Mercado, las mujeres con sus niñitos; los mercaderes abandonaban sus puestos, sin importarles ni el dinero ni las mercancías. Entonces sucedió algo extraordinario: los bomberos, buenos servidores de la humanidad (los "traga humos", como les decimos siempre), deseosos sí, de brindar hasta la última gota de sangre por sus semejantes (pues así son esos sufridos hombres que de verdad se sacrifican por la gente), llegaron. Cuando al fin llegaron con su carro, haciendo resonar las sirenas y sus campanas, no pude menos que exclamar: "¡De todos esos, que en estos momentos se están metiendo en el lugar de las explosiones, no va a salir ninguno vivo!" Dicho y hecho: llegó la segunda explosión y aquellos hombres se desintegraron atómicamente, no se les halló jamas. Lo único que se pudo encontrar, fue la bota de un Sargento. Claro, se hizo mucha alabanza, pues, a su mérito, a su valor (se lo merecen, de verdad), pero hay algo más: no hay duda de que esos hombres dormían. Sí, sus Conciencias estaban profundamente dormidas; si hubiese estado despierta, no se les habría ocurrido meterse dentro de un depósito de dinamita.
Así pues, las pobres gentes están dormidas, y es que tienen la Conciencia (desgraciadamente) embutida entro todos esos muchos Yoes que llevamos en nuestro interior y que personifican nuestros defectos. Nosotros somos pobres máquinas, controladas por hilos invisibles; esos Yoes nos tienen entre sus garras, y así ha sido representado el espectáculo esta noche: en forma tan clara y tan maravillosa.
Muchas veces, en el Cosmos infinito, hay alguna catástrofe. Puedo darse el caso de que un planeta choque con otro, y entonces las fuerzas cósmicas de aquella catástrofe, llegan a la Tierra, tocan a las máquinas humanas, las hieren, y millones de seres humanos se lanzan a la guerra contra millones de seres humanos, y enarbolan banderas y lemas, diciendo: "¡Voy a pelear por la libertad, por la democracia", etc., etc., etc. Son millones de máquinas, peleando contra millones de máquinas: todas inconscientes, todas dormidas; no se dan cuenta que lo que sucede es que han sido heridas, tocadas por corrientes eléctricas de altísimo voltaje.
¿Y qué diríamos del "Solioonensius"? Sucede que a veces se acerca, a nuestro sistema solar, el Sol Baleooto. Cuando eso sucede, nuestro sistema solar reacciona tremendamente, pone en acción gran fuerza eléctrica, altísima tensión, y la Tierra toda (por decirlo así) recibe un voltaje de fuerzas extraordinarias. Como secuencia o corolario, las máquinas humanas inconscientes, sin saber qué hacer, sin sentido de responsabilidad moral de ninguna especie, se lanzan a las grandes revoluciones. Así fue como estalló la Revolución Bolchevique de 1.917. Entonces, ¿qué sucedió? Se sacrificó al Zar y a la Zarina, y la cabeza del Zar, clavada en un palo, fue paseada por las calles de Moscú.
Solioonensius semejantes, acaecieron en el antiguo Egipto. Entre Dinastía y Dinastía, hubo tales Solioonensius, y los pueblos (violentamente) se lanzaron contra sus gobernantes. Todavía podemos recordar el caso insólito de una de esas revoluciones de sangre y aguardiente: el pueblo, durante el Solioonensius, mató a todos los gobernantes y sus cuerpos fueron atravesados por un cable de hierro, collar macabro que luego fue amarrado a unos cuantos toros y arrojado al Nilo.
Solioonensius violentos, produjeron otro caso parecido. Entonces, para erigir los nuevos gobernantes, se estableció un sistema bárbaro: se exigió que aquel hombre que tuviera la mayor cantidad de ojos humanos, metidos entre vasos gigantes, podría ser convertido en Faraón, y claro, piensen ustedes, cuantas víctimas, cuantas gentes se quedaron sin sus queridos ojos. Entre Dinastía y Dinastía, hubo casos insólitos. Esto se debió, siempre, a los Solioonensius.
¿Y qué diremos de la Revolución Francesa? Millones de personas perecieron. En la misma, cayó la cabeza de María Antonieta y de Luis XVI; la guillotina no respetó a nadie, ni siquiera a Guillet (el inventor macabro de tan horripilante arma), ni siquiera a Robespierre, que había querido hacer una revolución extraordinaria. Ese hombre macabro tuvo que subir al cadalso y con su propia sangre escribió sobre la piedra del patíbulo: "Creo In Unum Dei"...
No habría estallado jamas la Revolución Francesa, si no hubiera existido un Solioonensius.
¿Qué diremos, también, de las manchas solares? Bien sabemos que estas se suceden periódicamente. Fueron las manchas solares, las que provocaron la guerra 1.914‑1.918; fueron las manchas solares, bien vistas con toda claridad desde todos los Observatorios del mundo, las que pusieron a las gentes tan nerviosas y tan desesperadas, que las llevaron a las batallas de la segunda guerra mundial. Pero la gente, que tiene la Conciencia perfectamente dormida, que nada sabe de estas cosas, que no cree, de ninguna manera, en estas cosas, enarbola banderas, hace relucir lemas: lucha "y que" por la democracia, que "va a hacer un mundo mejor", etc., etc., etc.
Así pues, las gentes duermen, duermen profundamente, y seguirán durmiendo hasta que se resuelvan a acabar con todos esos Yoes que personifican nuestros errores y que llevamos dentro de nosotros mismos, aquí y ahora.
Creemos que somos individuos, cuando tan sólo somos maquinas; no aceptamos jamas que se nos trate de "maquinas", no podemos aceptar que se crea que estamos dormidos; nos sentimos despiertos, muy despiertos, mas en verdad dormimos. Ahora comprenderán por qué el Cristo, allá en EL Calvario, exclamó: "¡Padre mío perdónalos, porque no saben lo que hacen!" Si aquellos que lo crucificaron hubieran estado despiertos, pueden ustedes estar absolutamente seguros de que no lo habrían crucificado. ¿Quien, que esté despierto, se atrevería a crucificar al Señor de Gloria? ¿Qué despierto se atrevería a envenenar, por ejemplo, a Gautama, el Buddha Sakyamuni? ¿Qué despierto se hubiera atrevido a llevarle veneno a Milarepa, aquél poderoso Iniciado del Tíbet Oriental? Sólo los dormidos son capaces de tales cosas.
Continuando, pues, con estas disquisiciones, digo: hay necesidad de despertar. Ante todo, tenemos que aceptar la "Doctrina de los Muchos". No quiero yo obligarles a ustedes a aceptar esa Doctrina en forma dogmática; únicamente quiero invitarlos a la aceptación mediante una reflexión analítica de fondo. Basta con que comprendamos que estamos llenos de terribles contradicciones, basta con saber que ni siquiera somos siempre los mismos, ni siquiera media hora.
Nosotros mismos nos damos cuenta de nuestras contradicciones, mas nos las arreglamos tratando de hacer malabares mentales, con el propósito de autoengañarnos. Si aceptamos nuestras contradicciones, si aceptamos que un rato estamos diciendo una cosa y otro rato otra: que hoy estamos jurando amor y mañana estamos odiando, pues terminamos francamente locos. Por eso preferimos autoengañarnos y sacar frases tan mustias como esas de que: "Bueno, bueno, bueno; fue que ya pensé que mejor así no; es mejor que haga de otro modo, etc. Así nos autoengañamos: "Sí, es que yo soy muy reflexivo; sí, es que analizando las cosas, me resultan mejor de esta manera y no de aquella, como en principio había pensado"... ¡Qué manerita tan tonta de autoengañarnos!, ¿verdad?
¿Donde está nuestra individualidad? Hoy damos una palabra y mañana damos otra, hoy decimos una cosa y mañana otra. ¿Cual es, verdaderamente, la continuidad de propósitos que tenemos? Dentro de nosotros vive mucha gente, muchos fantasmas de nosotros mismos, muchos Yoes.
Cada uno de esos tales Yoes, es una persona completa (por sí misma), es decir, dentro del cuerpo humano habitan muchas personas: habita el Yo odio, el Yo amo, el Yo envidio, el Yo tengo celos, el Yo tengo lujuria, etc., etc., etc. Hay también Yoes, dijéramos, "prestidigitadores" que son capaces de producir ruidos, sonidos, levantar mesas, hacer malabares de toda especie (eso lo saben muy bien los especialistas en magia practica, en psiquismo de tipo experimental).
Pero si nosotros no analizamos, si nosotros no reflexionamos sobre la "Doctrina de los Muchos", si meramente la rechazamos (así porque sí), si no nos abrimos a lo nuevo, no será posible, entonces, cambio alguno. Cuando aceptamos la "Doctrina de los Muchos", estamos en posibilidad de cambiar; cuando aceptamos la "Doctrina de los Muchos", estamos resueltos, de verdad, a eliminar esos muchos que viven en nuestro interior, a fin de liberar la Conciencia y despertar radicalmente.
Ante todo, se hace necesario aceptar la "Doctrina de los Muchos". Y es precisamente, en la vida práctica, donde podemos nosotros autodescubrirnos. La vida práctica es un gimnasio psicológico maravilloso, donde nosotros podemos autodescubrirnos. En relación con nuestros semejantes, con nuestros amigos; en relación con los compañeros de trabajo, en la oficina, o en la casa, si estamos alertas y vigilantes, como el vigía en época de guerra, nos autodescubrimos. Defecto descubierto, debe ser debidamente enjuiciado, analizado, estudiado, y después disuelto, desintegrado.
Observación, enjuiciamiento y ejecución, son las tres fases del trabajo para acabar con todos esos Yoes que en nuestro interior llevamos, y que en el fondo nos torturan.
Se ha dicho que a los espías, en la guerra, primero se les descubre, segundo se les enjuicia y tercero se les lleva al paredón de fusilamiento. Así debemos proceder con los Yoes que en nuestro interior cargamos: primero descubrirlos, en relación con nuestros semejantes; segundo, estudiarlos; tercero, desintegrarlos.
Cuando ya hemos descubierto un Yo, vale la pena que lo analicemos. Mas, para el proceso de la desintegración, necesitamos de una fuerza que sea superior a la mente, de un poder que sea capaz, por sí mismo, de reducir tal o cual defecto a mera polvareda cósmica. Afortunadamente, existe en nosotros ese poder serpentino, ese fuego maravilloso que los viejos Alquimistas medievales bautizaron con el nombre misterioso de Stella Maris, la Virgen del Mar, que es también el Azoe de la Ciencia de Hermes, la Tonantzin del México Azteca, esa derivación de nuestro propio Ser Intimo, Dios Madre en nuestro interior, simbolizada siempre con la serpiente sagrada de los grandes Misterios.
Si después de haber observado y comprendido (profundamente) tal o cual defecto psicológico, tal o cual Yo, suplicamos a nuestra Madre Cósmica Particular (pues cada uno de nos tiene la suya propia), desintegre o reduzca a polvareda cósmica este o aquel defecto (motivo de nuestro trabajo interior), podéis estar seguros que el mismo perderá volumen y lentamente se irá pulverizando.
Todo esto implica, naturalmente, sucesivos trabajos de fondo, siempre continuos, pues ningún Yo puede ser jamas desintegrado instantáneamente.
Servidor Samael
Paz Inverencial

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