Desde el Corazón de America del Sur desde Tacna-Peru llega con una nueva vestidura el Rayo Inka

lunes, 31 de agosto de 2009

Cómo lograr la Luz en nuestro interior

Moisés dijo en "El Génesis": "¡Hágase la luz, y la luz fue hecha!" Esto no es algo que corresponde a un pa­sado remotísimo; no, este tremendo principio, que se estremecía con el primer instante, no cambia de tiem­po jamás, es tan eterno como toda eternidad; debemos tomarlo como una cruda realidad de instante en ins­tante, de momento en momento... Recordemos noso­tros a Goethe, el gran iniciado alemán; sus últimas palabras, momentos antes de morir, fueron "luz, más luz", y murió (entre paréntesis, Goethe está ahora reencarnado en Holanda, tiene cuerpo físico; pero esta vez no tiene cuerpo físico masculino, ahora tiene cuer­po físico femenino, y está casado con un Príncipe ho­landés; ahora ya es una dama holandesa de alta alcur­nia... Es muy interesante esto, ¿verdad?).
Bueno, continuando lo que hablé antes con ustedes, ha­bíamos empezado a estudiar que esa luz es importan­tísima, que mientras uno viva en tinieblas, anhela uno la luz porque está ciego. La persona que está metida en un socavón, entre las tinieblas, en un subterráneo, lo que más anhela es luz.
Bueno, la Esencia es lo más digno, lo más decente que tenemos en nuestro interior; ella deviene originalmen­te de la Vía Láctea (allí resuena la nota musical La); pasa luego al Sol, con la nota Sol, y viene luego a este mundo físico con la nota Mi. Es bella la Esencia, es, dijéramos, una fracción del principio humano, crístico, de cada uno; es el Alma Humana, pues, que normalmente mora en el Mundo Causal; por eso, con justa razón, se dice de la Esencia que es crís­tica, o que la Conciencia es crística, y se dice que nuestra Conciencia en Cristo nos ha de salvar, etc., etc., etc. Todo eso es cierto, todo eso es verdad; pero lo grave de nuestra Conciencia, de nuestra Esencia, es que siendo tan preciosa, poseyendo dones tan maravi­llosos, poderes naturales tan preciosos, esté metida, pues, entre todos esos elementos indeseables, subjetivos, que desafortunadamente cargamos en nuestro interior; es decir, está metida, hablando en síntesis, en­tre un calabozo. Ella quiere la luz, ¿más cómo? ¡Anhelándola! No hay quien no anhele la luz, a no ser que ya esté demasiado perdido, pues cuando uno tiene algu­na aspiración, desea la luz.
Así pues, tiene uno que hacerla; esto de hacer la luz es muy grave, porque implica destruir los receptáculos o calabozos, o hablando en síntesis, el antro negro donde está metida, para rescatarla, liberarla, extraerla de allí, a fin de quedar uno como debe quedar: como una persona iluminada, como un verdadero vidente, como un verdadero ser luminoso, y gozar de esa pleni­tud que por naturaleza nos corresponde, y a la que tenemos verdaderamente derecho. Pero lo que sucede es que se necesita de un heroísmo, o de una serie de actos de heroísmo tremendos para poder liberar nuestra Alma, para poderla sacar del calabozo donde está metida, para poderla robar a las tinieblas.
Esto que estoy diciendo, sería interesante que ustedes lograran comprenderlo de verdad, conscientemente; por­que podría hasta darse el caso de que escuchando, no escucharan, o no vivieran, dijéramos, el sentido de las palabras que estoy diciendo. Hay que saber valorar estas cosas para entender, pues, lo que estoy afirmando.
Rescatar el Alma, sacarla de entre las tinieblas, es hermoso, pero no es fácil; lo normal es que permanezca prisionera. Y no podrá uno gozar de una iluminación auténtica, en tanto la Esencia, la Conciencia, el Alma, esté allí embotellada, esté allí prisionera (eso es lo grave). Entonces se necesita, forzosamente, destruir, desintegrar heroicamente, con un heroísmo superior al de Napoleón en sus grandes batallas, o como el de las peleas de Morelos en su lucha por la libertad, etc., de ese heroísmo inigualable, para poder liberar la pobre Alma, sacarla de entre las tinieblas. Se necesita ante todo, como les decía aquí en la pasada plática a los hermanos, conocer las técnicas, los procedimientos que conduzcan a la destrucción de esos elementos donde el Alma está embotellada, prisionera, para que venga la iluminación.
Ante todo hay que empezar por comprender la necesidad de saber observar. Nosotros, por ejemplo, estamos aquí sentados, todos, en estas sillas; sabemos que estamos sentados, pero nosotros no hemos observado és­tas sillas. En el primer caso tenemos el conocimiento de que estamos sentados en la silla, pero observarla ya es algo distinto; en el primer caso hay, dijéramos, el conocimiento, pero no la observación; la observación requiere una observación especial: observar de qué es­tán hechas, y luego de entrar en meditación, descubrir sus átomos, sus moléculas (esto requiere una aten­ción dirigida). Saber que uno está sentado en una silla, es una atención no dirigida, una atención pasiva, pero observar la silla, ya sería una atención dirigida. Así también, nosotros podemos pensar mu­cho en nosotros mismos, más esto no quiere decir que estemos observando nuestros propios pensamientos; observarlos es distinto, es diferente. Vivimos en un mundo de emociones inferiores, cualquier cosa nos pro­duce emociones de tipo inferior, y sabemos que las tene­mos; pero una cosa es saber que uno se encuentra, en un estado negativo, y otra cosa es observar el esta­do negativo en que se encuentra, que es algo completa­mente diferente.
Veamos un ejemplo. En cierta ocasión, un caballero le manifestó a un psicólogo: "Bueno, yo siento antipatía por determinada persona" (y le citó el nombre y ape­llidos). El psicólogo le contestó: "Obsérvela, observe usted a esa persona". Respondió nuevamente el inte­rrogador: "¿Pero, yo para qué voy a observarlo, si le conozco?" Sacó como conclusión, el psicólogo, que aquél no quería observar, que conocía pero no obser­vaba; conocer es una cosa y observar es otra cosa muy diferente. Uno puede conocer que tiene un pensamien­to negativo, pero eso no significa que lo esté observan­do; sabe que se encuentra en un estado negativo, pero no ha observado el estado negativo. En la vida prác­tica vemos que dentro de nosotros hay muchas cosas que deberían causarnos vergüenza: comedias ridículas, cuestiones interiores grotescas, pensamientos morbo­sos, etc.; saber que se tienen, no es haberlos observado. Alguien podría decir: "Sí, en este momento tengo un pensamiento morboso"; pero una cosa es saber que lo tiene, y otra cosa es observarlo, que es totalmente di­ferente.
Así pues, si uno quiere llegar a eliminar tal o cual elemento psicológico indeseable, primero que todo tiene que aprender a observar con el propósito de obte­ner un cambio, porque, ciertamente, si uno no aprende a autoobservarse, cualquier posibilidad de cambio se hace imposible.
Cuando uno aprende a autoobservarse, se desarrolla en uno mismo el sentido de la autoobservación. Normalmente, este sentido está atrofiado en la raza humana, está degenerado, pero a medida que lo usamos, se va desenvolviendo y desarrollando.
Como primer punto de vista, venimos a evidenciar, a través de la autoobservación, de que aún los pensa­mientos más insignificantes, las comedias más ridícu­las que interiormente se suceden y que nunca se exte­riorizan, no son propias, son creadas por otros, por los Yoes. Lo grave es identificarse uno con esas comedias, con esas ridiculeces, con esas protestas, con esas iras, etc., etc., etc.; si uno se identifica con cualquier extremo interior de esos, coge más fuerza el Yo que los produce, y así cualquier posibilidad de elimina­ción se hace cada vez más difícil. De manera que la observación es vital cuando se trata de provocar un cambio radical en nosotros.
Los distintos Yoes que viven en el interior de nues­tra psiquis, son muy astutos, muy sagaces; apelan muchas veces al "rollo" ese de los recuerdos que car­gamos en el centro intelectual. Supongamos que uno, en el pasado, estuvo fornicando con cualquier otra per­sona del sexo opuesto, y que está insistiendo o no en eliminar la lujuria; entonces el Yo de la lujuria apelará, se apoderará del centro de los recuerdos, del Centro Intelectual; agarrará allí, dijéramos, el "rollo" de los recuerdos, del que tenga necesidad, y lo hará pasar por la fantasía de la persona, y él se vigorizará más, se hará cada vez más fuerte. Por todas estas cosas, uste­des deben ver la necesidad de la autoobservación; no sería posible un cambio de verdad, radical y definitivo, si no aprendemos a autoobservarnos.
Conocer no es observar, pensar tampoco es observar. Muchos creen que pensar en sí mismo es observar, y no es así. Uno puede estar pensando en sí mismo, y sin embargo no se está observando; es tan distinto pensar en sí mismo a observar, como la sed lo es al agua, o el agua a la sed. Obviamente, no debe uno iden­tificarse con ninguno de los Yoes. Para observarse, uno tiene que dividirse entre dos, en dos mitades: una parte que observa, y otra parte que es observada. Cuando la parte que observa ve las ridiculeces y necedades de la parte observada, hay posibilidades como nunca de descubrir (supongamos el Yo de la ira) que ese Yo no somos nosotros, que él es él; podríamos exclamar: "¡El Yo tiene ira, ese es un Yo, ese debe morir; voy a trabajarlo, para desintegrarlo!" Pero si uno se identifica con él y dice: "¡Yo tengo ira, estoy furioso!" Cobra más fuerza, se hace cada vez más vigoroso, y entonces, ¿cómo lo va a disolver, de qué manera? Pues no podría, ¿verdad? De manera que no debe uno identificarse con ese Yo, con su rabieta, o con su tragedia, porque si uno se identifica con su creación, pues termina viviendo en su creación también, y eso es absurdo.
A medida que uno va trabajando sobre sí mismo, que va ahondando cada vez más en las cuestiones de la autoobservación, se va haciendo cada vez más pro­fundo; en esto no debe dejar de observarse ni el más insignificante pensamiento; cualquier deseo, por pasaje­ro que sea, cualquier reacción, debe ser un motivo de observación, porque cualquier deseo, cualquier reacción, cualquier pensamiento negativo, proviene de tal o cual Yo. Y si queremos nosotros fabricar la luz, liberar el Alma, ¿vamos a permitir nosotros que continúen exis­tiendo esos Yoes? ¡Sería absurdo! Si es luz lo que nosotros queremos, si de verdad estamos enamorados de la luz, pues tenemos que desintegrar los Yoes; no queda más remedio que volverlos polvo, y no podría­mos volver polvo lo que no hemos observado; entonces necesitamos saber observar.
En esta cuestión, también tenemos que cuidar la char­la interior, porque hay muchas charlas interio­res negativas y absurdas, conversaciones íntimas que jamás se exteriorizan, y naturalmente, necesitamos corregir esa charla interior, aprender a guardar silen­cio, saber hablar cuando se debe hablar, saber callar cuando se debe callar (esto es ley, no solamente para el mundo físico, el mundo exterior, sino también para el mundo interior). Las charlas interiores negati­vas, más tarde se vienen a exteriorizar físicamente; por eso es tan importante eliminar la charla interior negativa, porque perjudica (hay que aprender a guardar el silencio interior).
Normalmente se entiende por "silencio mental", cuando uno vacía la mente de toda clase de pensamien­tos, cuando uno logra la quietud y el silencio, de la mente a través de la meditación, etc.; pero hay otra clase de silencio. Supongamos que se presenta ante nosotros un caso de juicio crítico, con relación a un semejante, y sin embargo mentalmente guardamos si­lencio, no juzgamos, no condenamos; nos callamos tanto externamente como internamente, en éste caso, pues, hay silencio interior.
Los hechos de la vida práctica, al fin y al cabo deben mantenerse en íntima correspondencia con una conduc­ta interior perfecta. Cuando los hechos de la vida prác­tica concuerdan con una conducta interior perfecta, es señal de que ya vamos nosotros creando, en sí mismos, el famoso Cuerpo Mental.
Si ponemos las distintas partes de un radio o de una grabadora sobre una mesa, pero no sabemos nada de electrónica, pues tampoco podremos captar las distin­tas vibraciones insonoras que pululan en el cosmos; pero si mediante la comprensión unimos las distintas partes, tendremos el radio, tendremos el aparato que puede captar los sonidos que de otra forma no capta­ríamos. Así también, las distintas partes de estos es­tudios, de este trabajo, se van complementando entre sí para venir a formar un cuerpo maravilloso, el famoso Cuerpo de la Mente. Este cuerpo nos permitirá captar mejor todo lo que dentro de nosotros mismos existe, y desarrollará más en nosotros el sentido de la autoobservación íntima, y eso es bastante importante.
Así pues, el objeto de la observación es realizar un cambio dentro de nosotros mismos, promover un cam­bio verdadero, efectivo.
Una vez, que nos hemos puesto, dijéramos, diestros en la observación de sí mismos, entonces viene el pro­ceso de eliminación. De manera que hay, propiamente, tres pasos en esta cuestión: primero, la observación; segundo, el juicio critico, y el tercero, que ya es propia­mente la eliminación de tal o cual Yo psicológico.
Al observar un Yo, debemos ver cómo se comporta en el Centro Intelectual, de qué manera, y conocerle todos sus juegos en la mente; segundo, en qué forma se expresa a través del sentimiento, en el corazón, y lo tercero, descubrir su modo de acción en los centros inferiores: Motor, Instintivo y Sexual. Obviamente, en el sexo, un Yo tiene una forma de expresión, en el corazón tiene otra forma, y en el cerebro otra. En el cerebro, un Yo se manifiesta a través de la cuestión intelectual: razones, justificaciones, evasivas, escapato­rias, etc., etc.; en el corazón como un sufrimiento, co­mo un afecto, como un amor aparentemente muchas veces, cuando es cuestión de lujuria, etc., y en los cen­tros motor-instintivo-sexual, tiene otra forma de expre­sión (como acción, como instinto, como impulso lascivo, etc., etc.).
Por ejemplo, citemos un caso concreto: Lujuria. Un Yo lujurioso, ante una persona del sexo opuesto, en la mente puede que se manifieste con pensamientos constantes; podría manifestarse en el corazón como un afecto, como un amor aparentemente puro, libre de toda mancha, hasta tal grado, que podría uno perfecta­mente justificarse y decir: "Pero bueno, yo no siento lujuria por esta persona, yo lo que estoy sintiendo es amor"; pero si uno es observador, si le pone mucho cuidado a su máquina y observa al Centro Sexual, viene a descubrir que en el Centro Sexual hay cierta activi­dad ante esa persona; entonces viene a quedar eviden­ciado que no hay tal afecto, que no hay tal amor por esa persona, sino que lo que hay es lujuria.
Pero vean cuán fino es el delito: la lujuria puede perfectamente disfrazarse, en el corazón, con el amor, y escribir versos, etc., etc., pero es lujuria disfra­zada. Si uno es cuidadoso y observa esos tres cen­tros de la máquina, puede evidenciar que se trata de un Yo, y ya descubriendo que se trata de un Yo, habiéndole conocido sus manejos en los tres centros, o sea en el intelectual, en el corazón y en el sexo, enton­ces procede una a la tercera fase. ¿Cuál es la tercera fase? La ejecución; ésta es la fase final del trabajo: la ejecución. Entonces tiene uno que apelar a la oración en el trabajo. ¿Qué se entiende por "oración en el trabajo"? La oración en el trabajo debe ser hecha sobre la base de la íntima recordación de sí mismo.
En alguna ocasión dijimos que hay cuatro niveles de hombres, o cuatro estados de Conciencia, para ser más claros. Un primer estado de Conciencia es el del sueño profundo e inconsciente de una persona, de un Ego que dejó el cuerpo dormido en la cama, pero deambula en el Mundo Molecular en estado de coma (es el estado inferior); un segundo estado de inconsciencia es el del soñador que ha regresado a su cuerpo físico, y que cree que está en estado de vigilia; en éste caso los sueños continúan, claro, sólo que está con el cuerpo físico en estado de vigilia. Es más peligroso és­te tipo segundo de soñador, porque puede matar, puede robar, puede cometer crímenes de toda especie; en cam­bio, en el primer caso, el soñador es más infrahumano pero no puede hacer nada de estas cosas. ¿Cómo po­dría hacerlo, cómo podría hacer daño? Cuando el cuer­po está pasivo para los sueños, la persona no puede ocasionar daños a nadie en el mundo físico; pero cuan­do el cuerpo está activo para los sueños, la persona puede hacer mucho daño en el mundo físico; por eso es que las Sagradas Escrituras insisten en la necesidad de despertar.
Si estos dos tipos de personas: los que se encuentran, dijéramos, en estado de inconsciencia profunda, o aqué­llos que siguen soñando y tienen su cuerpo activo para los sueños, hacen oración, pues de semejantes dos es­tados tan infrahumanos, no pueden esperar nada; pese a sus estados negativos. Sin embargo la naturaleza res­ponde. Por ejemplo: un inconsciente, un dormido hace oración para arreglar un negocio, pero puede que sus Yoes, que son tan innumerables, no estén de acuerdo con lo que él está haciendo; es tan solo uno de los Yoes el que está haciendo la oración, y los otros no han sido tenidos en cuenta; a los otros puede que no les interese tal negocio, que no estén de acuer­do con esa oración, y pidan en la oración exactamente lo contrario para que ese negocio fracase, porque no están de acuerdo; como los otros son mayoría, la na­turaleza contesta con sus fuerzas, con un aflujo de fuerzas, y viene el fracaso del negocio; ¡eso es claro! Entonces, para que la oración tenga un valor efectivo en el trabajo sobre uno mismo, pues tiene uno que colocarse en el tercer estado de Conciencia, que es el de la íntima recordación de sí mismo, es decir, de su propio Ser.
Sumergido uno en meditación profunda, concentrado en su Divina Madre Interior, le suplicará que elimine de su psiquis, ese Yo que quiere desintegrar. Puede que la Madre Divina en ese momento actúe, decapitando tal Yo, pero no con eso se ha hecho la totalidad del trabajo; la Madre Divina no lo va a desintegrar instantáneamente todo. Habrá necesidad, sino se desin­tegra todo, de tener paciencia; en sucesivos trabajos, a través del tiempo, lograremos que tal Yo se desin­tegre lentamente, que vaya perdiendo su volumen, de tamaño. Un Yo puede ser espantosamente horrible, pero a medida que va perdiendo volumen, se va embelleciendo; después tiene la apariencia de un niño, y por último se vuelve polvo. Cuando ya se ha vuelto polvo, la Conciencia que estaba medida, embotellada, embutida dentro de ese Yo, queda liberada; entonces la luz habrá aumentado, es un porcentaje de luz que queda libre; así procederemos con cada uno de los Yoes.
El trabajo es largo y muy duro; muchas veces cualquier pensamiento negativo, por insignificante que éste sea, tiene por fundamento un Yo antiquísimo. Ese pensamiento negativo que llega a la mente, nos indica que de hecho, hay un Yo detrás de ese pensamiento, y que ese Yo debe ser extirpado, erradicado de nuestra psiquis. Hay que estudiarlo, conocerle sus mane­jos, ver cómo se comporta en los tres centros: en el Intelectual, en el Emocional, y hablando en síntesis, en el motor-instintivo-sexual; ver de qué manera trabaja en cada uno de éstos tres centros; de acuerdo con su comportamiento, uno lo va conociendo. Cuando uno ha desarrollado el sentido de la autoobservación, viene a evidenciar por sí mismo, que algunos de esos Yoes son espantosamente horribles, son verdaderos mons­truos de forma horripilante, macabra, y que viven en el interior de nuestra psiquis.


Servidor Samael
Paz Inverencial

lunes, 10 de agosto de 2009

El Ego, la concienciay fuerzas cosmicas

Esta noche han habido, aquí, algunos números artísticos maravillosos, extraordinarios. El último de estos alude, en forma enfática, a la liberación del hombre. Desde esta tribuna de la elocuencia van mis felicitaciones, muy sinceras, a los hermanos gnósticos que han representado todo este Drama. También debo agradecer a la "Estudiantina" sus acordes tan maravillosos, con los que nos han recreado esta noche.
Concretándonos, en forma precisa, al drama que ustedes acaban de contemplar aquí, en este escenario, voy a dar una plática breve, pero clara y concisa.
Ciertamente, dentro de cada persona, en cada uno de nosotros (como ustedes han visto aquí alegorizado), existen muchas personas. Esto, precisamente esto, pertenece a la Psicología Revolucionaria.
En nombre de la verdad debemos reconocer que no tenemos una individualidad definida. Dije, muy claramente, que dentro de cada persona habitan muchas personas, y esto podría ser rechazado por los fanáticos de la dialéctica materialista, mas jamas podría ser rechazado por los hombres verdaderamente inteligentes.
Ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza, gula (con todas sus ramificaciones), constituyen, en el fondo, una serie de sucesivos Yoes que viven dentro de nosotros mismos, aquí y ahora.
Dentro de nosotros no hay, actualmente, una autentica individualidad; nadie es siempre el mismo, ni siquiera media hora. Si yo pensara que alguno de ustedes es el mismo durante media hora, obviamente no sólo estaría abusando de ustedes, sino además, y lo que es peor, estaría también abusando de mí mismo.
Así pues, no tenemos una auténtica individualidad: el Yo que hoy jura amor eterno a una mujer, es mas tarde desplazado por otro Yo que nada tiene que ver con tal juramento; el Yo que hoy jura amor eterno por una causa, es mas tarde desplazado por otro Yo que nada tiene que ver con la misma.
Muchas veces he dicho que nuestro Movimiento Gnóstico es un tren en marcha, que unos pasajeros se suben en una estación y se bajan en la otra. Raro es el que llega a la estación final, y es que, en realidad de verdad, las gentes no tienen un centro de gravedad permanente; dentro de cada persona hay muchas personas.
También esto viene a explicar la "Doctrina de los Muchos", también esto viene a explicar, en forma enfática, las contradicciones múltiples que se suceden dentro de nuestra psiquis. Si nosotros nos pudiésemos mirar de cuerpo entero, tal como somos, en un espejo, nos volveríamos locos. ¿Por qué? Porque estamos llenos de terribles contradicciones: tan pronto afirmamos una cosa, como la negamos; tan pronto le brindamos amistad a alguien, como somos su enemigo; tan pronto nos entusiasmamos con tal negocio, como lo echamos abajo (no tenemos continuidad de propósitos). A veces decimos: "Voy a estudiar Medicina, o Abogacía," y luego nos arrepentimos. Decimos: "¡No (siempre un no), no me interesa ya la tal medicina; voy a ver que otra cosa estudio!" A veces decimos: "¡Voy a militar en las filas de la Gnosis, voy a trabajar por la Revolución de la Conciencia!" Desafortunadamente, se nos presenta una copa, o aparece una persona de otro sexo en nuestro camino, y el castillo de naipes se va al suelo. O bien, alguien nos pinta la posibilidad de conseguir mucho dinero, o de hacer buenos negocios, y entonces las magníficas intenciones que teníamos, quedan destruidas.
He visto en el camino de la Gnosis, a muchos que hace quince, veinte, veinticinco años, y hasta treinta, nos escuchaban. De pronto desaparecieron, y ya viejos, volvieron diciendo: "¡Voy a ser gnóstico, quiero seguir por la senda de la Revolución de la Conciencia, quiero luchar para liberarme! Todos van y vienen, porque no hay un centro de gravedad permanente; somos verdaderas marionetas, movidos por hilos invisibles. Cada uno de nuestros Yoes (como aquí han visto ustedes, en escena), por medio de hilos invisibles nos controla.
Se ha dicho que María Magdalena tenía dentro, en su interior, siete demonios, y que Jesús, el Gran Kabir, se los sacó del cuerpo. Esos son los siete pecados capitales.
No quiero decir que no existan otros Yoes. Virgilio, el poeta de Mantua, dijo: "Aunque tuviésemos mil lenguas para hablar y paladar de acero, no acabaríamos de enumerarlos a todos cabalmente". ¡Son así, de innumerables, nuestros defectos!
Así pues, lo que ustedes han visto representado esta noche, en forma escénica, tiene una verdadera realidad. La "Doctrina de los Muchos", afirma que no tenemos un Yo individual, sino muchos Yoes. Existe el Yo amo, el Yo odio, el Yo tengo celos, el Yo tengo rencor, el Yo tengo resentimiento, el Yo tengo lujuria, el Yo me voy a vengar, el Yo soy comerciante, el Yo necesito dinero, etc., etc., etc. Todos esos múltiples Yoes pelean dentro de nosotros mismos, combaten por la supremacía; cada uno de ellos quiere ser el amo, el señor. Nos parecemos nosotros, de verdad, a una casa llena de muchos criados, donde cada uno de ellos se siento siendo el amo; ninguno de ellos se siento pequeño, cada cual quiere mandar.
Así pues, ¿dónde está nuestra verdadera realidad? ¿Cual es nuestra auténtica individualidad? La escena de esta noche, ha sido clara, objetiva, para aquellos que verdaderamente están dispuestos a comprender.
La Conciencia es lo más digno que tenemos en nuestro interior. Desafortunadamente, se encuentra enfrascada, embotellada, embutida entre todos esos Yoes que en nuestro interior moran. Ahora se explicarán ustedes por qué las gentes tienen la Conciencia dormida (sin embargo, todos creen que están despiertos). Si los aquí presentes se dieran cuenta, en verdad, de que están dormidos, dejarían de ser máquinas, se convertirían en criaturas despiertas.
Hace algún tiempo hube de ver en plena calle, en el Distrito Federal, un hecho insólito. Quiero referirme a un joven que trabajaba en "Luz y Fuerza" (una empresa mexicana). Venía aquél hombre por la calle, tranquilo. Al pasar cerca de un edificio, situado en una esquina, un pedazo de material que formaba parte de una cornisa, cayó como un rayo sobre su cabeza. El hombre, de hecho, perdió el sentido; se le vio tendido en el suelo, exhausto (posiblemente fue muerto); sus compañeros lo recogieron, agonizante, y se lo llevaron... Esto no tiene nada de asombroso, ¿verdad? Esto de que a alguien le caiga un pedazo de cornisa (desde un edificio viejo) y lo mate, pues en medio de tanta humanidad parece normal; es cuestión de un accidente, y de verdad esto no tiene nada de novedoso. Lo novedoso no está ahí; no, mis queridos hermanos gnósticos. Lo novedoso está en la multitud, en millares de personas que se acumularon bajo las ruinas de ese edificio para mirar hacia arriba. Muchos fueron los que debajo, exactamente debajo del pedazo de cornisa, se situaron para mirar hacia arriba, verticalmente. Así fue como quedo yo asombrado: ¡he ahí el estado de inconsciencia en que se encuentra la humanidad!
Recuerdo también, hace unos veinte años, algo extraordinario. Sucedió que estando yo en un Mercado, llamado "Mercado Gómez", en la "Colonia Federal", explotó (de pronto) un depósito de dinamita. Se vieron muchos materiales volar por los aires, parecía como si la tierra se hubiese estremecido; todo, ruinas y desolación: corrían, en aquel Mercado, las mujeres con sus niñitos; los mercaderes abandonaban sus puestos, sin importarles ni el dinero ni las mercancías. Entonces sucedió algo extraordinario: los bomberos, buenos servidores de la humanidad (los "traga humos", como les decimos siempre), deseosos sí, de brindar hasta la última gota de sangre por sus semejantes (pues así son esos sufridos hombres que de verdad se sacrifican por la gente), llegaron. Cuando al fin llegaron con su carro, haciendo resonar las sirenas y sus campanas, no pude menos que exclamar: "¡De todos esos, que en estos momentos se están metiendo en el lugar de las explosiones, no va a salir ninguno vivo!" Dicho y hecho: llegó la segunda explosión y aquellos hombres se desintegraron atómicamente, no se les halló jamas. Lo único que se pudo encontrar, fue la bota de un Sargento. Claro, se hizo mucha alabanza, pues, a su mérito, a su valor (se lo merecen, de verdad), pero hay algo más: no hay duda de que esos hombres dormían. Sí, sus Conciencias estaban profundamente dormidas; si hubiese estado despierta, no se les habría ocurrido meterse dentro de un depósito de dinamita.
Así pues, las pobres gentes están dormidas, y es que tienen la Conciencia (desgraciadamente) embutida entro todos esos muchos Yoes que llevamos en nuestro interior y que personifican nuestros defectos. Nosotros somos pobres máquinas, controladas por hilos invisibles; esos Yoes nos tienen entre sus garras, y así ha sido representado el espectáculo esta noche: en forma tan clara y tan maravillosa.
Muchas veces, en el Cosmos infinito, hay alguna catástrofe. Puedo darse el caso de que un planeta choque con otro, y entonces las fuerzas cósmicas de aquella catástrofe, llegan a la Tierra, tocan a las máquinas humanas, las hieren, y millones de seres humanos se lanzan a la guerra contra millones de seres humanos, y enarbolan banderas y lemas, diciendo: "¡Voy a pelear por la libertad, por la democracia", etc., etc., etc. Son millones de máquinas, peleando contra millones de máquinas: todas inconscientes, todas dormidas; no se dan cuenta que lo que sucede es que han sido heridas, tocadas por corrientes eléctricas de altísimo voltaje.
¿Y qué diríamos del "Solioonensius"? Sucede que a veces se acerca, a nuestro sistema solar, el Sol Baleooto. Cuando eso sucede, nuestro sistema solar reacciona tremendamente, pone en acción gran fuerza eléctrica, altísima tensión, y la Tierra toda (por decirlo así) recibe un voltaje de fuerzas extraordinarias. Como secuencia o corolario, las máquinas humanas inconscientes, sin saber qué hacer, sin sentido de responsabilidad moral de ninguna especie, se lanzan a las grandes revoluciones. Así fue como estalló la Revolución Bolchevique de 1.917. Entonces, ¿qué sucedió? Se sacrificó al Zar y a la Zarina, y la cabeza del Zar, clavada en un palo, fue paseada por las calles de Moscú.
Solioonensius semejantes, acaecieron en el antiguo Egipto. Entre Dinastía y Dinastía, hubo tales Solioonensius, y los pueblos (violentamente) se lanzaron contra sus gobernantes. Todavía podemos recordar el caso insólito de una de esas revoluciones de sangre y aguardiente: el pueblo, durante el Solioonensius, mató a todos los gobernantes y sus cuerpos fueron atravesados por un cable de hierro, collar macabro que luego fue amarrado a unos cuantos toros y arrojado al Nilo.
Solioonensius violentos, produjeron otro caso parecido. Entonces, para erigir los nuevos gobernantes, se estableció un sistema bárbaro: se exigió que aquel hombre que tuviera la mayor cantidad de ojos humanos, metidos entre vasos gigantes, podría ser convertido en Faraón, y claro, piensen ustedes, cuantas víctimas, cuantas gentes se quedaron sin sus queridos ojos. Entre Dinastía y Dinastía, hubo casos insólitos. Esto se debió, siempre, a los Solioonensius.
¿Y qué diremos de la Revolución Francesa? Millones de personas perecieron. En la misma, cayó la cabeza de María Antonieta y de Luis XVI; la guillotina no respetó a nadie, ni siquiera a Guillet (el inventor macabro de tan horripilante arma), ni siquiera a Robespierre, que había querido hacer una revolución extraordinaria. Ese hombre macabro tuvo que subir al cadalso y con su propia sangre escribió sobre la piedra del patíbulo: "Creo In Unum Dei"...
No habría estallado jamas la Revolución Francesa, si no hubiera existido un Solioonensius.
¿Qué diremos, también, de las manchas solares? Bien sabemos que estas se suceden periódicamente. Fueron las manchas solares, las que provocaron la guerra 1.914‑1.918; fueron las manchas solares, bien vistas con toda claridad desde todos los Observatorios del mundo, las que pusieron a las gentes tan nerviosas y tan desesperadas, que las llevaron a las batallas de la segunda guerra mundial. Pero la gente, que tiene la Conciencia perfectamente dormida, que nada sabe de estas cosas, que no cree, de ninguna manera, en estas cosas, enarbola banderas, hace relucir lemas: lucha "y que" por la democracia, que "va a hacer un mundo mejor", etc., etc., etc.
Así pues, las gentes duermen, duermen profundamente, y seguirán durmiendo hasta que se resuelvan a acabar con todos esos Yoes que personifican nuestros errores y que llevamos dentro de nosotros mismos, aquí y ahora.
Creemos que somos individuos, cuando tan sólo somos maquinas; no aceptamos jamas que se nos trate de "maquinas", no podemos aceptar que se crea que estamos dormidos; nos sentimos despiertos, muy despiertos, mas en verdad dormimos. Ahora comprenderán por qué el Cristo, allá en EL Calvario, exclamó: "¡Padre mío perdónalos, porque no saben lo que hacen!" Si aquellos que lo crucificaron hubieran estado despiertos, pueden ustedes estar absolutamente seguros de que no lo habrían crucificado. ¿Quien, que esté despierto, se atrevería a crucificar al Señor de Gloria? ¿Qué despierto se atrevería a envenenar, por ejemplo, a Gautama, el Buddha Sakyamuni? ¿Qué despierto se hubiera atrevido a llevarle veneno a Milarepa, aquél poderoso Iniciado del Tíbet Oriental? Sólo los dormidos son capaces de tales cosas.
Continuando, pues, con estas disquisiciones, digo: hay necesidad de despertar. Ante todo, tenemos que aceptar la "Doctrina de los Muchos". No quiero yo obligarles a ustedes a aceptar esa Doctrina en forma dogmática; únicamente quiero invitarlos a la aceptación mediante una reflexión analítica de fondo. Basta con que comprendamos que estamos llenos de terribles contradicciones, basta con saber que ni siquiera somos siempre los mismos, ni siquiera media hora.
Nosotros mismos nos damos cuenta de nuestras contradicciones, mas nos las arreglamos tratando de hacer malabares mentales, con el propósito de autoengañarnos. Si aceptamos nuestras contradicciones, si aceptamos que un rato estamos diciendo una cosa y otro rato otra: que hoy estamos jurando amor y mañana estamos odiando, pues terminamos francamente locos. Por eso preferimos autoengañarnos y sacar frases tan mustias como esas de que: "Bueno, bueno, bueno; fue que ya pensé que mejor así no; es mejor que haga de otro modo, etc. Así nos autoengañamos: "Sí, es que yo soy muy reflexivo; sí, es que analizando las cosas, me resultan mejor de esta manera y no de aquella, como en principio había pensado"... ¡Qué manerita tan tonta de autoengañarnos!, ¿verdad?
¿Donde está nuestra individualidad? Hoy damos una palabra y mañana damos otra, hoy decimos una cosa y mañana otra. ¿Cual es, verdaderamente, la continuidad de propósitos que tenemos? Dentro de nosotros vive mucha gente, muchos fantasmas de nosotros mismos, muchos Yoes.
Cada uno de esos tales Yoes, es una persona completa (por sí misma), es decir, dentro del cuerpo humano habitan muchas personas: habita el Yo odio, el Yo amo, el Yo envidio, el Yo tengo celos, el Yo tengo lujuria, etc., etc., etc. Hay también Yoes, dijéramos, "prestidigitadores" que son capaces de producir ruidos, sonidos, levantar mesas, hacer malabares de toda especie (eso lo saben muy bien los especialistas en magia practica, en psiquismo de tipo experimental).
Pero si nosotros no analizamos, si nosotros no reflexionamos sobre la "Doctrina de los Muchos", si meramente la rechazamos (así porque sí), si no nos abrimos a lo nuevo, no será posible, entonces, cambio alguno. Cuando aceptamos la "Doctrina de los Muchos", estamos en posibilidad de cambiar; cuando aceptamos la "Doctrina de los Muchos", estamos resueltos, de verdad, a eliminar esos muchos que viven en nuestro interior, a fin de liberar la Conciencia y despertar radicalmente.
Ante todo, se hace necesario aceptar la "Doctrina de los Muchos". Y es precisamente, en la vida práctica, donde podemos nosotros autodescubrirnos. La vida práctica es un gimnasio psicológico maravilloso, donde nosotros podemos autodescubrirnos. En relación con nuestros semejantes, con nuestros amigos; en relación con los compañeros de trabajo, en la oficina, o en la casa, si estamos alertas y vigilantes, como el vigía en época de guerra, nos autodescubrimos. Defecto descubierto, debe ser debidamente enjuiciado, analizado, estudiado, y después disuelto, desintegrado.
Observación, enjuiciamiento y ejecución, son las tres fases del trabajo para acabar con todos esos Yoes que en nuestro interior llevamos, y que en el fondo nos torturan.
Se ha dicho que a los espías, en la guerra, primero se les descubre, segundo se les enjuicia y tercero se les lleva al paredón de fusilamiento. Así debemos proceder con los Yoes que en nuestro interior cargamos: primero descubrirlos, en relación con nuestros semejantes; segundo, estudiarlos; tercero, desintegrarlos.
Cuando ya hemos descubierto un Yo, vale la pena que lo analicemos. Mas, para el proceso de la desintegración, necesitamos de una fuerza que sea superior a la mente, de un poder que sea capaz, por sí mismo, de reducir tal o cual defecto a mera polvareda cósmica. Afortunadamente, existe en nosotros ese poder serpentino, ese fuego maravilloso que los viejos Alquimistas medievales bautizaron con el nombre misterioso de Stella Maris, la Virgen del Mar, que es también el Azoe de la Ciencia de Hermes, la Tonantzin del México Azteca, esa derivación de nuestro propio Ser Intimo, Dios Madre en nuestro interior, simbolizada siempre con la serpiente sagrada de los grandes Misterios.
Si después de haber observado y comprendido (profundamente) tal o cual defecto psicológico, tal o cual Yo, suplicamos a nuestra Madre Cósmica Particular (pues cada uno de nos tiene la suya propia), desintegre o reduzca a polvareda cósmica este o aquel defecto (motivo de nuestro trabajo interior), podéis estar seguros que el mismo perderá volumen y lentamente se irá pulverizando.
Todo esto implica, naturalmente, sucesivos trabajos de fondo, siempre continuos, pues ningún Yo puede ser jamas desintegrado instantáneamente.
Servidor Samael
Paz Inverencial

Aprendamos a vivir con Sabiduría

Bueno, comenzaremos nuestra plática de esta noche... Ante todo, mis estimables hermanos, se hace necesario saber vivir; esto es algo que debemos entender.
Cuando platicamos con alguien, éste nos cuenta los diversos sucesos de su vida; nos ha­bla, dijéramos, de acontecimientos, de lo que le sucedió en determinadas épocas de su histo­ria, como si la vida fuera, únicamente, una ca­dena de eventos; no se dan cuenta las gentes, de que además de las circunstancias de la exis­tencia, existen también los estados de Concien­cia; la capacidad para vivir se basa, precisa­mente, en la forma como uno acierta a combinar los estados conscientivos con las circuns­tancias de la existencia. Puede darse el caso de que una circunstancia que podría haber sido feliz, no lo fue, debido a que no supimos com­binar el estado conscientivo con el evento en sí mismo.
Cuando examinamos el mundo en que vivi­mos, podemos verificar el hecho contundente, claro y definitivo, de que hay personas que de­berían ser felices y no lo son. Hemos conocido muchos casos concretos de sujetos que tienen una buena casa, un hermoso carro, una mag­nífica esposa, preciosos hijos y dinero suficien­te, y sin embargo no son felices; en cambio, he­mos podido corroborar el caso de individuos que están menesterosos, posiblemente humildes trabajadores de pico y pala, que ni gozan de una hermosa mansión, ni tienen más dinero que el que se necesita para el diario sustento, ni usan precioso automóvil último modelo, y sin embargo son felices en sus ho­gares, con sus hijos, pobres pero limpios, asea­dos, y sus esposas hacendosas y sinceras. Así pues, no es el dinero en sí mismo el que puede darnos la felicidad; todo depende de la forma en que uno sepa combinar los estados conscientivos con los sucesos o las circunstan­cias de la vida práctica. Si alguien colocado en magníficas condiciones no está a la altura de las circunstancias, si no sabe combinar, inteligentemente, los estados conscientivos con el medio en el que se desenvuelve y vive, in­cuestionablemente será un desdichado; empero otro, que aunque esté en circunstancias difíciles si sabe combinar los hechos de su vida práctica con los estados de Conciencia, logra bienestar, prosperidad, felicidad, etc. Así pues, que se hace urgente comprender la nece­sidad de aprender a vivir sabiamente.
Si queremos un cambio definitivo de las cir­cunstancias de la vida, se hace necesario que tal cambio se verifique primero dentro de no­sotros mismos; si internamente no modifica­mos nada, externamente la vida continuará con sus dificultades. Ante todo es necesario hacernos dueños de sí mismos; mientras uno no sepa gobernarse a sí mismo, tampoco podrá gobernar las circunstancias difíciles de la exis­tencia.
Cuando contemplamos los diversos aconteci­mientos de la vida, cuando vemos este orden de cosas, podemos evidenciar que las gentes son verdaderas máquinas que no saben vivir; si alguien les insulta, reaccionan furiosas; si alguien les saluda, sonríen dichosas; resulta muy fácil en verdad, para cualquier perverso, jugar con las máquinas humanas; puede hacérseles pasar de la tristeza a la alegría y vice­versa, con sólo decirles unas cuantas palabras. ¡Qué fácil les resulta!, ¿verdad? Basta con que alguien nos insulte para estar reaccionando, basta que alguien nos dé unas palmaditas en el hombro para sonreír contentos; no sabe­mos gobernarnos a sí mismos, otros nos gobier­nan, y eso de hecho es lamentable (somos incapaces).
Es necesario comprender lo que es la mente y lo que es el sentimiento y el sentimentalis­mo. Si estudiamos al Ser, juiciosamente, vere­mos que la mente no es el Ser. En la Teosofía se habla mucho del Cuerpo Mental, las di­versas escuelas de pensamiento le citan. No queremos con esto decir que todos los humanoides posean ya el vehículo mental; habrá Manas, como se dice en sánscrito, o sea, substancia mental depositada en cada uno de nosotros, pero eso no es poseer, realmente, el vehículo de la mente. En todo caso la men­te, sea que el ser humano posea ya tal vehícu­lo, o que esté comenzando a crearlo, o que aún todavía no lo tenga, no es más que un instru­mento de manifestación, pero no es el Ser. El sentimiento tampoco es el Ser. En un pasado me sentí inclinado a creer que el senti­miento, en sí mismo, correspondía de verdad al Ser; más tarde, después de severos análisis, me he visto en la necesidad de rectificar tal concepto; obviamente, el sentimiento deviene del Cuerpo Astral en los seres humanos. Podría objetárseme diciendo que no todos poseen ese precioso Vehículo Kedsjano y en eso sí estamos de acuerdo, mas sí existe la emo­ción, la substancia correspondiente en cada uno de nosotros; de hecho, sea que se tenga el Vehículo Sideral o no, deviene claro está eso que se llama "sentimiento". En su aspecto negativo, el sentimentalismo nos convierte, pues, en entes demasiado negativos, mas en sí mismo, el sentimiento no es tampoco el Ser: puede pertenecer al centro emocional, pero no es el Ser.
La mente tiene su centro, el centro intelec­tivo, pero no es el Ser. El centro de la mente, el intelectivo, está en el cerebro, eso es obvio, pero no es el Ser. El sentimiento, que corres­ponde al centro emocional o cerebro emocional, está en la región del Plexo Solar y abarca hasta los centros nerviosos simpático y el corazón, pero no es el Ser (el Ser es el Ser, y la razón de ser del Ser es el mismo Ser).
¿Por qué hemos de dejarnos llevar por los Centros de la máquina? ¿Por qué permitimos que el centro intelectual o el emocional nos controlen? ¿Por qué hemos de ser esclavos de esta maquinaria? Debemos aprender a contro­lar todos los centros de la maquina, debemos convertirnos en amos, en señores... Hay cinco centros en la máquina eso es obvio: el intelectual, que es el primero; el emocional, que es el segundo; el motor, que es el tercero; el instintivo, que es el cuarto y el sexual, que es el quinto; más los centros de la máquina no constituyen el Ser; pueden estar al servicio del Ser, pero no son el Ser. Así pues, ni la mente ni el sentimiento son el Ser.
¿Por qué sufren los seres humanos, por qué permiten al pensamiento y al sentimiento que intervengan en las diversas circunstancias de la vida? Si nos insultan, reaccionamos de inmediato insultando; si hieren nuestro amor propio sufrimos y hasta nos encolerizamos... Cuando contemplamos todo el panorama de la vida, podemos evidenciar, claramente, de que hemos sido, dijéramos, leños en el océano, debido precisamente a que hemos permitido que en las diversas circunstancias de nuestra exis­tencia, se entrometan siempre la mente y el sentimiento; no le hemos dado oportunidad a la Esencia, al Ser, para que se exprese a través de nosotros; siempre hemos querido resolver las cosas por nuestra cuenta: reaccionamos ante cualquier palabrita dura, ante cualquier problema, ante cualquier dificultad; nos sentimos heridos cuando alguien nos hiere, o contentos cuando cualquiera nos alaba; hemos sido víctimas de todo el mundo, todo el mundo ha jugado con nosotros; hemos sido, dijéramos, leños entre las embravecidas olas del gran océano, no hemos sido dueños de sí mismos.
¿Por qué nos preocupamos?, me pregunto y les pregunto a ustedes. "Por los problemas", me dirán. La preocupación, mis caros herma­nos, es un hábito de muy mal gusto, de nada sirve, nada resuelve; uno tiene que aprender a vivir de instante en instante, de momento en momento. ¿Por qué ha de preocuparse uno? Así pues, ante todo no permitir que la mente y los sentimientos se entrometan en las diversas circunstancias de la vida; la personalidad humana debe volverse tranquila, pasiva; esto implica, de hecho, una tremenda actividad de la Conciencia; esto significa aprender a vivir conscientemente, esto significa poner el basamento para el despertar.
Todos quisieran ver, oír, tocar, palpar las grandes realidades de los mundos superiores; mas naturalmente, ¿cómo podrían los dormi­dos convertirse en experimentadores de las grandes realidades? ¿Cómo podrían, aquellos que tienen la Conciencia en sueños, ser inves­tigadores de la vida en las regiones suprasensibles de la Naturaleza y del Cosmos? Si noso­tros despertáramos Conciencia, podríamos comprobar el hecho concreto de que el mundo no es tal como lo estamos viendo. Muchas veces he dicho y os lo vuelvo a repetir, que todas aquellas maravillas que figuran en el libro aquel de "Las Mil y una Noche", todos esos prodigiosos fenómenos mágicos de la antigua Arcadia, todos esos milagros de la tierra primigenia, de aquellos tiempos en que los ríos de agua pura de vida manaban leche y miel, no han con­cluido, siguen sucediéndose de instante en instante, de momento en momento, aquí y ahora. Podría objetárseme, que si eso es así; ¿por qué no los vemos?, ¿por qué no presenciamos lo insólito?, ¿por qué no se nos da la posibili­dad de experimentar esas maravillas? La respuesta es la siguiente: nadie nos ha prohibido la capacidad de experimentar, nadie nos impide ver y oír lo que acaece a nuestro alrededor; si tales fenómenos no son perceptibles en este momento para nuestros sentidos exteriores, se debe a un solo motivo y por cierto muy grave: estamos en estado de hipnosis, dormidos, y el sujeto en trance hipnótico, se hace incapaz para la percepción de tales fenómenos.
Mucho se ha dicho sobre el abominable Organo Kundartiguador, órgano fatal que la humanidad tuvo en los antiguos tiempos. No se ha perdido del todo; bien sabemos que aun existe un residuo óseo, en la base inferior de la espina dorsal; nadie ignora que tal residuo pertenece al abominable Organo Kundartiguador y posee, entre otras cosas, un poder hipnótico formidable; esa corriente hipnótica general, colectiva, es fascinante. Si vemos a alguien, por ejemplo, vestido con extravagancia por las calles, no sentimos asom­bro; decimos, sencillamente: "¡Qué sujeto tan excéntrico!" Otro, que vaya con nosotros, dirá: "¡Así está la moda!" El de más allá exclama­rá: "¡He ahí un Hippie!", y un anciano que pasa por la banqueta de enfrente, se limita­rá a pensar: "¡Cómo está la gente de la Nue­va Ola!"; pero unos y otros están en estado de hipnosis, y eso es todo.
Sometan ustedes a un sujeto cualquiera, XX, a un sueño hipnótico profundo; díganle luego que está en medio del océano, que se des­vista porque se va a ahogar, y lo verán ustedes desvestirse; díganle que es un gran cantante, y lo verán ustedes cantando, aunque en realidad de verdad sólo dé alaridos; díganle que se acueste en el suelo y se acostará; que se pare de cabeza y se parará, porque está en estado de hipnosis.
Hice, hace poco, un viajecito por allá, hasta el Puerto de Bayarta, (México); allí existe, como en Acapulco, un barco para los visitantes; no tuve inconveniente alguno para com­prar el pasaje que hubo de llevarme hasta una playa cercana; el trayecto fue ameno, delicio­so; navegar en el Pacífico resulta agradable. Había allí cierto caballero de marras que la hizo de hipnotizador. Cuando resonaron los instrumentos del conjunto, dijo a las gentes que bailaran, y bailaron; que se tomaran de las manos y todos se tomaron de las manos; a los novios que se besaran (se besaron); lo único que le faltó a aquel hombre, a aquel hipnotizador improvisado, fue decirles que se pararan de cabeza, pero todo lo que él ordenaba se hacía. Era de reírse uno y de admirarse al mismo tiempo, ver todas las maravillas que hacia el hipnotizador: cómo jugaba con los pasajeros, cómo los hacía reír, cómo los hacía saltar, cómo los hacía dar vueltas, etc., etc., etc. Cla­ro, yo un sujeto que estoy acostumbrado a estar en estado de alerta percepción, alerta novedad, me limité, exclusivamente, a ver a esos tontos en estado de hipnosis.
Observen ustedes la propaganda: "¡Compre usted tal remedio infalible contra la tos". Cada anuncio da órdenes al pueblo hipnotizado para que vaya a tal o cual lugar, para que com­pre tal o cual jabón, tal o cual perfume; para que visite tal o cual consultorio, etc., etc., etc., y las gentes se mueven bajo las órdenes de los hipnotizadores, los cuales a su vez, están también hipnotizados por otras gentes y por otras multitudes; como las mismas muchedumbres, todos andan en estado de hipnosis, de trance hipnótico.
Cuesta trabajo saber que uno está en estado de hipnosis; si las gentes se lo propusieran, po­drían despertar de ese estado tan lamentable, pero desgraciadamente no se lo propone nadie. Cuesta mucho pues, repito, descubrir el estado de hipnosis en que uno se halla; uno viene a darse cuenta de que existe el hipnotismo, cuando la fuerza hipnótica fluye más rápido, cuan­do se concentra en determinado lugar, cuando se hace una sesión de hipnotismo; fuera de eso, fuera de tal momento, uno no se da cuenta de que está en estado de hipnosis. Si uno pudiera despertar de ese sueño en que se halla, verá entonces los fenómenos maravillosos que desde el principio del mundo se han sucedido a su alrededor. Yo conozco fenómenos tan sencillos, que cualquiera puede verlos; son físicos, materiales, están a la vista de todo el mundo y sin embargo las gentes, viéndolos no los ven. Podrían decirme, o preguntar ustedes y con justa razón (o podrían exigirme, para hablar mas claro): "Si eso es así, ¿por qué no nos menciona tan siquiera uno?" Motivos: si yo les mencionara a ustedes cualquiera de esos fe­nómenos (que son perceptibles a simple vista), los verían de inmediato, mas morirían ustedes, porque resulta que todos esos fenómenos, actualmente, que corresponden a fuerzas y pro­digios, están celosamente vigilados por ciertos Elementales muy fuertes, que al sentirse descubiertos, causarían la muerte de los curio­sos, y como no tengo ganas de crearme un Panteón por mi cuenta, me veo en la necesidad de callar. Así pues, hermanos, se hace necesario des­pertar, si es que se quieren percibir las gran­des realidades de la vida; mas sólo es posible despertar sabiendo vivir.
¿Cómo podría despertar alguien que es un juguete de los demás? Si yo les insultara a ustedes en este instante, estoy seguro de que uste­des no me tolerarían, protestarían violentamen­te y a lo mejor ustedes se retirarían violenta­mente. ¡Vean cuan fácil es hacerlos cambiar a uste­des! Basta con que yo les diga una palabrita dura y ya se ponen sonrojados y furiosos; aho­ra, si quiero halagarlos, me basta con decirles palabritas dulces, y ya están contentos; es de­cir, ustedes son víctimas de las circunstancias, no son dueños de sí mismos, y eso es lamenta­ble, ¿verdad? De manera, hermanos, que el que quiera ser amo de sí mismo, debe empezar por no permitir que la mente y los sentimientos interven­gan en los asuntos de la vida práctica. Claro, esto requiere, como ya lo dije, una tremenda pasividad de la personalidad y una espantosa actividad de la Conciencia. Precisamente eso es lo que necesitamos: la actividad de la Conciencia. Cuando la Conciencia se vuelve activa, sale de su letargo y entonces es obvio que viene el despertar.
Ante todo, debemos comenzar por no hacer lo que hacen los demás. Cuando llego a los restaurantes y voy con toda mi gente, a la hora de la comida puedo evidenciar el hecho de que todos pasan al baño a lavarse las manos. Seré, pues, bastante cochino y sucio, pero yo no paso a lavarme las manos. Cuando se me interroga sobre el por qué, respondo: "Sencillamente porque a mí no me gusta hacer lo que los de­más hacen, es decir, no me gusta ser máquina". ¿De manera que si los demás se paran en la cabeza, yo también tengo que pararme en la cabeza? Si los demás andan en cuatro patas, ¿yo tengo que andar en cuatro patas? ¿Por qué? ¡No, hermanos! Necesitamos conver­tirnos en individuos y eso solamente es posible desegoitizándonos y no permitiendo que la mente y los sentimientos se entrometan en las diversas circunstancias de la existencia. Cuando entonces comenzamos con este trabajo, cuando aprendemos a volvernos tremendamen­te pasivos, para darle oportunidad a las grandes actividades de la Conciencia, vemos que todo cambia.
Quiero citarles nada más que un hecho con­creto: nos hallábamos en una casa, no importa cuál; uno de los "niños bien" de aquella casa, andando por ahí, por esas calles del mundo, convertido nada menos que en un Don Juan Tenorio, hizo de las suyas por allá, con una muchachita. Conclusión, intervienen los familiares de ella; claro, se presentan en esa casa los mismos, buscan al "nene de mamá", al "niño bien" (¿travieso? Sí y enamorado... Pa­rrandero y jugador? No lo sé; solamente sé que es un verdadero Don Juan). El padre de la dama viene, naturalmente, con intenciones de balacear al caballerito; nadie se atreve a salir; sólo yo que estoy ahí, hago acto de presencia; como se me ha dado la oportunidad de servir de mediador, la aprovecho. El furioso jefe de familia llama al jovencito aquel para la casa; detengo al jovencito y hago entrar al jefe de familia ofendido. Con gran dulzura y amor, invito al ofendido y al Don Juan a sentarse un momento, y claro, ambos toman asiento. Junto con el jefe viene una se­ñora: comprendo que se trata de la madre de la dama. Hay palabras terribles, no falta sino sacar la pistola y dispararla; sin embargo, le digo al señor con buenas maneras: "Todo es posible arreglarlo; mediante la comprensión, todo se puede solucionar; con matar no se resuelve el problema". Aquel hombre se sintió, pues, sor­prendido; no pensaba que en aquella mansión hubiera alguien tan sereno y tan tranquilo. Hay conversaciones, intercambio amistoso entre el jefe y el Don Juan; todo se arregla y se marcha el ofendido, llevándose su pistola sin disparar, con los cinco tiros... Todo se arre­gló; ¿por qué? Porque yo puse un estado de Conciencia superior en aquel evento, al servir de mediador; mas si yo hubiera aconsejado a aquellas gentes, a proceder con violencia; si yo mismo, dándomelas de muy buen amigo, hubiera respondido con duras palabras, las cir­cunstancias habrían sido diferentes y el Don Juan hubiera ido a parar al Panteón y esas dos familias se hubieran llenado de luto y de dolor.
De manera que las circunstancias de la vida dependen de nuestros estados de Conciencia; cambiando uno sus estados de Conciencia, cambian las circunstancias; eso es obvio. No po­drían cambiar las circunstancias de la vida, si no cambiamos antes nuestros estados de Conciencia.
Los invito pues a ustedes, a la reflexión más profunda. Conforme nosotros vayamos permi­tiendo que se manifieste la Conciencia, con­forme vayamos controlando la mente y el sentimiento, para que no metan sus narices donde no deben, el resultado será maravilloso, porque a medida que la Conciencia se activa, el proceso del despertar se acentúa, y no solamente cambian todas las circunstancias que nos ro­dean, sino que además empezamos a notar que durante las horas en que el cuerpo físico duer­me, nosotros trabajamos (vivimos, dijéramos) fuera del cuerpo físico en forma más cons­ciente. Y así, a medida que la personalidad se va volviendo pasiva, a medida que la mente y el sentimiento van siendo refrenados para que no se metan donde no deben, el despertar será cada vez más grande y así terminaremos convertidos en grandes investigadores de la vida en los mundos superiores... Quien quiera despertar, debe hacerlo aquí y ahora; quien despierta aquí y ahora, despierta en todos los rincones del Universo.
Bien mis caros hermanos, hasta aquí con esta pláticas.
Servidor Samael
Paz Inverencial

jueves, 6 de agosto de 2009

Lo que somos y lo que debemos ser


Antes que todo, debemos comprender la necesidad de entendernos recíprocamente; entre todos vamos a inquirir, vamos a buscar, a indagar, con el propósito de saber, realmente, cuál es el objeto mismo de la existencia.
Es indispensable saber de donde venimos, para dónde vamos, por qué estamos aquí y para qué. Vivir por vivir, comer para existir, tra­bajar para comer, no puede ser en verdad el único objeto de la vida. Indubitablemente, tenemos que resolver el enigma de nuestra exis­tencia, tenemos que entender el sentido de la vida.
Nuestro Movimiento Gnóstico tiene cinco millones de personas, se halla establecido en todo el Hemisferio Occidental y pronto estaremos conquistando la Europa, el Medio Oriente y la totalidad del Continente Asiático. Hemos formado una corriente esoterica cristica que no tiene sino un sólo motivo: la autorrealización íntima del Ser y eso es todo.
Así que, ha llegado la hora de saber quiénes somos. El cuerpo físico no es todo; ver el or­ganismo humano de cualquier persona, no es haber conocido en verdad al Ser. El organis­mo está compuesto de órganos, éstos de células, las células por moléculas y las moléculas por átomos. Si fraccionamos cualquier átomo, li­beraremos energía. En última síntesis, el orga­nismo humano esta compuesto por distintos tipos y subtipos de energía.
Einstein dijo: "Energía es igual a masa, multiplicada por la velocidad de la luz al cua­drado". También afirmó: "La masa se transforma en energía, la energía se transforma en masa". En síntesis diríamos que la vida toda es energía determinada por antiguas ondula­ciones vibratorias, determinadora de nuevas frecuencias oscilatorias.
Los científicos podrán conocer la mecánica de la célula viva, pero nada saben del fondo vital. En nombre de la verdad diremos que ellos han fabricado poderosos cohetes que viajan a la Luna, enormes barcos, bombas atómi­cas, etc., pero hasta ahora no han elaborado un germen vegetal, capaz o con posibilidades de germinar.
Jugarán con la inseminación artificial, podrán realizar muchos experimentos con zoos­permos y óvulos, podrían hasta lograr "hijos de incubadora" o "de cubetas", es incuestionable que cualquier zoospermo, unido con un óvulo, podría originar en circunstancias favorables, la célula germinal y ésta tendría posibi­lidades de desarrollo. Así pues, que puedan nacer "hijos de laboratorio", es algo que no lo ponemos nosotros en tela de juicio, mas eso no es, en modo alguno, haber resuelto el problema de la vida y de la muerte.
Si ponernos las sustancias químicas de un zoospermo y de un óvulo sobre la mesa del laboratorio para ser estudiada, estoy seguro que los científicos podrían perfectamente ela­borar un zoospermo masculino y un óvulo femenino; estoy seguro que podrían hacerlo muy igual al natural, pero lo que también es­toy absolutamente seguro es de que jamás, de tales gametos artificiosos, podría lograrse la creación de un nuevo organismo humano.
Don Alfonso Herrera, el sabio mexicano, una de las lumbreras más grandes que hemos tenido en nuestro país, México, logró crear la célula artificial, él fue el autor de la "Teoría de la Plasmogenia", creó una célula, muy similar a la célula natural, mas esa célula jamás tuvo vida, fue una célula muerta.
Así que, los hombres de ciencia juegan con la mecánica de los fenómenos, con lo que la naturaleza ha creado, mas no son capaces de crear una simple semilla vegetal, susceptible de germinar y sin embargo se pronuncian contra eso que es lo real, contra lo divinal, contra el divino Arquitecto del Uni­verso.
Fácil es pronunciarse contra el Logos, muy fácil es negar al divino arquitecto, pero demostrar tal aseveración, tal alega­ción, cuan difícil es, porque hasta ahora no ha aparecido sobre la faz de la Tierra un solo científico capaz de hacer el germen de la más insignificante hierba, un germen artificial y que ese germen, germine de verdad. Podrán hacerlo aparentemente muy exacto, pero no germina, está muerto. Podrán los científicos descomponer amibas o amebas y lograr tam­bién unión de organismos protoplasmáticos con otros protoplasmáticos, etc., etc., etc., pero jamás crearán vida, jugarán siempre con lo que ya está hecho.
Se hacen injertos vegetales, con los cuales se altera fundamentalmente la flor. Los frutos de tales injertos no tienen los mismo valores ener­géticos de los frutos realmente originales. En todo caso, se juega con la mecánica de los fenómenos, con lo que ya está hecho y eso es todo.
Cuando se trata de explorar el organismo humano, se descubre la célula viva, pero los científicos desconocen la fuerza vital. Obviamente, el organismo humano tiene un Nisus Formativus, es decir, un fondo vital orgánico. Quiero referirme, en forma enfática, al Lingam Sarira de los Teósofos, a la condensación termo electromagnética. Los científicos rusos, en estos momentos, están estudiando el Cuerpo Vital.
Podríamos usar la lógica deductiva o induc­tiva, los esilogismos o los prosilogismos, cual­quier disciplina intelectual de Oriente o de Occidente para defender nuestras tesis con respecto al Ego, cada cual es libre de usar pro­cedimientos de cualquier tipo para defender sus puntos de vista, relacionados con la cuestión egóica, pero tampoco eso resulta en el fondo inteligente. Hay que ir más lejos, hay que experimentar. Sólo así, con base en la experi­mentación directa y no indirecta, es como podemos en verdad sentar axiomas matemáticos con respecto al mí mismo, al Ego.
Obviamente, los mejores psicoanalistas, teo­sofistas, etc., etc., etc., han errado con respecto al Ego. Ya hablando sobre el "Ego sublimi­nal", fallan lamentablemente. El "Alter Ego" de los grandes espiritualistas, tampoco resiste un análisis superlativo y trascendental: es teó­rico en el fondo. Hasta la misma Blavatsky erró en cuanto al Ego, le consideró "divinal". Si ella hubiese experi­mentado la realidad del mismo, no habría de­fendido tanto la conciencia egóica.
¿Qué es, pues, ese Yo, ese mí mismo, ese sí mismo que en nuestro interior cargamos? Sólo autoobservándonos psicológicamente, descubriremos lo que es: manojo de deseos, recuerdos, pensamientos, opiniones, conceptos, pasiones, voliciones, etc. Ostensi­blemente, tal Ego ni siquiera es una unitotalidad, una unicidad; tal Ego, en el fondo, resulta pluralizado. Quiere decirse, con entera claridad, que el Ego es múltiple. Esto me recuerda a los tibetanos. Afirman ellos, en forma enfática, que dentro de cada ser humano existen muchos agregados psíquicos. Indubitablemente, los mismos representan, en verdad, nuestros defectos de tipo psicológico: ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza, gula.
En el Crístico Evangelio del Gran Kabir Jesús, se dice que Jeshua sacó del cuerpo de María Magdalena siete demonios. Obviamente, se trata de los siete pecados capitales y de ello no cabe duda alguna. Mas estos siete se pueden multiplicar por otros siete y otros siete y otros más y en el fondo nuestros defec­tos son multifacéticos. Aunque tuviéramos mil lenguas para hablar y paladar de acero, no alcanzaríamos a enumerar nuestros defectos cabalmente.
Si se habla de "siete demonios", podría ci­tarse a millares de demonios, repito: nuestros defectos son polifacéticos. Entonces, tales miríadas de demonios, tales cantidades, forman el Ego. Incuestionablemente, el Yo es Yoes. Existe el Yo de la ira, el Yo de la codicia, el Yo de la lujuria, el Yo de la envidia, etc., etc. Toda esa multiplicidad de Yoes parecen personas, son personas psicológicas dentro de nuestra persona: se combaten entre sí mutuamente, no guardan orden de ninguna especie. Cuando uno de la legión logra dominar los centros capitales de la máquina, se cree el único, el amo, el señor; después, es desplazado.
Estamos llenos de muchas contradicciones en la vida: tan pronto afirmamos algo como lo negamos, no tenemos un Centro de Gravedad permanente. Esto indica, con entera claridad, que somos una multiplicidad de elementos indeseables. Lo más grave de todo esto es que dentro de cada elemento in­humano, se haya enfrascada la Conciencia.
Los psicólogos antiguos, del siglo pasado, denominaban "objetivo" a todo lo que corres­ponde al mundo físico, a la experiencia sensual y "subjetivo" a todo lo relacionado con los pro­cesos psíquicos. Nosotros los gnósticos somos diferentes: llamamos "objetivo" a lo real, a lo espiritual, a lo verdadero y "subjetivo" a lo sensual. Desafortunadamente, todos los elementos indeseables que en nuestra psiquis llevamos, son subjetivos; la Conciencia, la Esencia, se halla embotellada, enfrascada, embutida entre todos esos elementos de tipo subjetivo. Aho­ra nos explicaremos por qué la Conciencia de las personas se encuentra en estado inconsciente, dormida.
Desgraciadamente, las gentes en modo algu­no aceptarían que duermen; suponen las mul­titudes que están despiertas y cuando alguien les enfatiza la idea de que tienen la Conciencia dormida, hasta se ofenden. Si las gentes tuvie­ran la Conciencia despierta, podrían ver, oír, tocar o palpar las grandes realidades de los mundos superiores; mas las gentes duermen, tienen la Conciencia en sueño.
Despertar es indispensable, urgente, inapla­zable. Todos los aquí presentes están dormidos, duermen; todos los aquí presentes, jamás han visto el mundo como es. Ustedes sueñan con un mundo que no conocen, lo ven con subconsciencia onírica, jamás lo han visto realmen­te; creen que conocen el planeta Tierra, mas no lo conocen. Mas aún: estoy seguro que ni siquiera conocen un solo pelo de su bigote.
Preguntaría a cualquier varón de los aquí presentes: ¿cuántos átomos tiene, siquiera, un solo pelo de su bigote? ¿Quién podría darme una respuesta exacta y matemática? ¿Quién podría pasar, ante el pizarrón, para hacer la suma total de esos átomos, para demostrarlo con una ecuación aritmética, o para sentar una premisa, conducente a un silogismo exacto? Estoy seguro que eso no es posible; la Concien­cia de los aquí presentes, está dormida.
¿Quién, de los aquí presentes, ha visto alguna vez la verdad? ¿Quién conoce la verdad? Cuando a Jesús El Cristo le preguntaron "¿qué es la verdad"?, guardó silencio y cuando al Buddha Gautama Sakyamuni le hicieron la misma pregunta, dio la espalda y se retiró.
La verdad es lo desconocido de instante en instante, de momento en momento. Sólo con la muerte del Ego despierta la Conciencia y sólo la conciencia despierta puede experimen­tar eso que es lo real, eso que no es del tiempo, eso que está más allá del cuerpo, de los afectos y de la mente, eso que es la verdad.
En tanto nosotros no hayamos experimenta­do la verdad, nada sabremos sobre los Misterios de la Vida y de la Muerte. Sería imposible experimentar lo real si antes no libertamos la Conciencia, si antes no la extraemos de en­tre todos esos elementos indeseables que constituyen el Ego. Cuando nosotros hayamos quebrantado los diversos elementos inhuma­nos y subjetivos que forman el Yo de la Psicología Experimental, la Conciencia será libre, soberana. Sólo entonces sabremos qué es la verdad, sólo entonces experimentare­mos lo real.
Nosotros vivimos en sueños, no hemos visto, repito, el planeta Tierra tal cual es. Soñamos con el "sueño Tierra", pero esto es pictórico para nosotros. Cuando nuestra Conciencia despierte, veremos que la Tierra es muy diferente al sueño que teníamos sobre la mis­ma, veremos una Tierra multidimensio­nal, conoceremos el Cuerpo Vital de esta mole planetaria en que vivimos, descubriremos los Misterios de la Vida y de la Muerte, todo lo que es, lo que ha sido y lo que será.
Cuando la Conciencia despierte, entraremos en contacto con otras humanidades que viven junto a nosotros y que hasta la fecha presente, las ignoramos. No somos los únicos habitantes de la Tierra, la humanidad terrestre, en modo alguno, es la única humanidad que vive sobre la faz de la Tierra. Aquí, en esta Tierra que gira alrededor del Sol, conviven con nosotros otras humanidades; en las dimensiones superiores de la naturaleza, hay otras razas, huma­nas, diríamos, que desconocemos.
No todos los seres humanos salieron del Edén; aun existen razas humanas que no han salido del Edén y que viven en la Cuar­ta Vertical. En el cuerpo gigantesco vi­tal de esta mole planetaria que gira alrededor del Sol, gentes hay, repito, felices, en esta­do paradisíaco; gentes del Edén, de los Campos Elíseos, de la Tierra Prometida, donde los ríos de agua pura de vida manan leche y miel. Gentes que no han salido jamás del Paraíso, viven a nuestro lado y sin embar­go ni las vemos ni las tocamos, pero existen.
Ustedes, repito, no han visto el planeta Tierra, no lo conocen; sólo en sueños ven un planeta deformado, un planeta pictórico, un "Planeta sueño".
Despertar es indispensable. La humanidad común y corriente, tan sólo posee un tres por ciento de Conciencia despierta y un noventa y siete por ciento de Conciencia dormida. Raro es aquel que tiene un diez por ciento de Con­ciencia despierta. Si la humanidad en general tuviese siquiera diez por ciento de Conciencia despierta, entonces no habrían guerras.
Cuando uno desintegra el Ego, cuando lo re­duce a polvareda cósmica, cuando llega a la aniquilación budista, la Conciencia se despierta, absolutamente, en un cien­to por ciento. Entonces se abren ante nosotros las puertas maravillosas de la Tierra Prometida, entonces nos ponemos en contacto con los Dioses antiguos, citados por la mitolo­gía griega; entonces descubrimos, verdadera­mente, lo que es la religion-sabiduria.
No sería posible nada de esto, si antes no nos resolviéramos a pasar por un cambio radical. Así como estamos, con la Conciencia dormida, en estado de inconsciencia total, somos verda­deros cadáveres vivientes, estamos muertos para el Ser, no tenemos realidad ninguna.
En nombre de la verdad he de decirles que ustedes son víctimas de las circunstancias. Es necesario aprender cómo iniciar nuevas causas, pero nosotros somos víctimas de las mismas. Sólo el Ser puede hacer, nosotros no podemos hacer nada. Existimos, sobre la faz de la Tierra, exclusivamente con el propósito de ser­vir a la economía de la naturaleza.
Cada uno de nosotros es una máquina encar­gada de captar determinados tipos y subtipos de energía y las retransmite a las capas ante­riores del organismo planetario. Somos máqui­nas al servicio de la economía de la naturaleza; nos creemos muy grandes y muy sabios, cuan­do en verdad no somos sino máquinas al servi­cio de la gran naturaleza.
La humanidad entera es un órgano de la naturaleza, un órgano encargado, precisamente, de asimilar y eliminar determinadas substancias y fuerzas. Y nos creemos poderosos, cuando en verdad no lo somos; reconocer lo que somos, es indispensable.
Creemos ser ya hombres, en el sentido más completo de la palabra, cuando todavía no lo somos. Ser hombres, es algo muy grande. El hombre es el rey de la creación y nosotros ni siquiera somos reyes de sí mismos; no hemos aprendido a dirigir conscientemente nuestros procesos psíquicos y sin embargo nos creemos grandes. Hemos de empezar si queremos cambiar, por reconocer lo que somos. Incuestionablemente, no somos más que animales intelectuales condenados a la pena de vivir, pero nos creemos sabios.
El Logos, el Sol, está haciendo en estos instantes un gran experimento; lo hace en el tubo de ensayos de la naturaleza, quiere crear hombres. En la época de Abrahán, el judío, se hicieron muchas creaciones; durante los pri­meros ocho siglos del cristianismo, se lograron crear cierta cantidad de hombres; por estos tiempos, se está haciendo un nuevo esfuerzo: se quiere crear hombres.
El Sol ha depositado, en nuestras glándulas sexuales, los gérmenes para el hombre; pero esos gérmenes pueden perderse, no es seguro que se desarrollen. Si queremos que el hombre nazca en nuestro interior, como la mariposa de la crisálida, necesitamos cooperar con el Sol. Sólo así podrán tales gérmenes desarro­llarse en nosotros.
Obviamente, se necesita de un terreno ade­cuado para el desarrollo de los gérmenes del hombre: se necesita de la disponibilidad al hombre. Si alteramos el organismo, si nos prestamos a los injertos glandulares, si es­tamos de acuerdo con los transplantes orgánicos, etc., el terreno orgánico no será favorable para el desarrollo de los gérmenes del hombre.
En el pasado hubo una raza humana que, definitivamente, estableció una dictadura polí­tica (una raza de las épocas secundaria o primaria). Tal raza prohibió todo lo relacionado con cuestiones religiosas; la religión estorbaba a los fines políticos de los dictadores. La libre iniciativa fue desintegrada, eliminada; como secuencia o corolario, la inteligencia comenzó a degenerar. Esa raza se entregó a toda clase de experimentos glandulares, transplantes, etc. Con el tiempo comenzó a deformarse, la morfología fue alterada fundamentalmente; los procesos degenerativos se intensificaron cada vez mas: se empequeñeció a través de los siglos la citada raza. Pasaron miles y millones de años y su involución se fue haciendo cada vez más atroz; terminó dentro de un circulo mecánico horrible, nefasto. Aun existe esa raza degenerada, aún vive sobre la faz de la Tierra. Quiero referirme, en forma enfática, a las hor­migas: raza humana degenerada.
No estoy afirmando nada en forma dogmá­tica, como suponen algunos en este Auditorio. Quien haya desarrollado las facultades super­lativas y trascendentales del Ser, quien pueda dominar completamente los legovinis­mos del gran Avatara Ashiata Shiemans, quien haya despertado la Conciencia superla­tiva y trascendental, quien haya eliminado el Ego, podrá (estudiando las Tablillas Akáshicas de la naturaleza) verificar por sí mismo y en forma directa, no indirecta, lo que aquí estoy afirmando enfáticamente.
Discutir por discutir, o sentar antítesis para argüir, con el propósito de destruir las afirma­ciones aquí hechas, resulta demasiado superfi­cial y sin bases, cuando no se ha experimentado con los legovinismos de Ashiata Shiemans.
Así que, si nosotros no cooperamos con el experimento solar, sería imposible que los gér­menes para el hombre se desarrollasen en nues­tro interior. Son los gérmenes para el Cuerpo Astral, que todavía no los tiene la hu­manidad; son los gérmenes para el Cuerpo Mental, que tampoco los tiene la gente; son los gérmenes para el Cuerpo de la Vo­luntad Consciente, que aún no los tiene la humanidad.
Sin embargo, teosofistas, pseudorosacrucistas, yoguistas, acuarianistas, etc., etc., etc., creen que tienen todo esto y más; creen que ya tienen el septenario teosófico, que son hombres íntegros, unitotales, que ya van para dioses inefables, etc., etc., ¡aunque se emborrachen en las cantinas!
La cruda realidad de todo esto es que para crear el Cuerpo Astral, se necesita de la Sexología trascendental y trascendente, se necesita aprender a manejar el mercurio de la filosofía secreta, se necesita, de verdad, entrar por el camino de la regeneración sexual, porque los degenerados del infrasexo, los fornicarios, los adúlteros, los homosexuales, las lesbianas, etc., son semilla podrida, de la cual no puede salir jamas el hombre; de esa clase de criaturas lo único que salen son larvas.
¡O nos vamos a regenerar, o marcharemos por el camino involutivo descendente, de los Mundos Infiernos! Estamos ante el dilema del Ser y del no Ser de la Filosofía; estos no son momentos para estar jugando con vana palabrería insubstancial de charla ambigua, estos no son momentos como para estar deleitándonos con sofismas de distracción. Ha lle­gado el instante mas terrible, en que nos en­contramos, ha llegado el momento en que tene­mos que definirnos: o nos convertimos en hom­bres o involucionamos entre las entrañas de la Tierra.
Podría decírseme lo siguiente: Usted, ¿con qué autoridad afirma eso, en qué se basa? En nombre de la verdad tengo que decirles a uste­des, gústeles o no les guste, crean o no lo crean, que soy el Quinto de los Siete, que soy Samael, que soy el Regente de Marte.
¡No me importa si ustedes lo creen o no lo creen! En tiempos de Jesús tampoco se aceptó al Gran Kabir y nunca se ha creído en ningún Maestro que ha venido a la Tierra, ni a ningún Avatara. Tampoco puedo aspirar a que uste­des crean en mí. No se creyó en Buddha y se le enveneno, no se creyó en Jetsun Milarepa y también se le echó veneno, no se creyó en Jesús de Nazaret y se le crucificó, no se creyó en Apolonio de Tyana y se le hizo morir en un po­dridero, allá en un horrible calabozo de Roma.
De manera que la humanidad odia a los profetas. Por lo tanto no creo, no puedo creer de ninguna manera, que ustedes me admi­tan como Avatara ni nada por el estilo. Pero sí digo lo que me consta; tengo el valor de decir, a los que crean y a los que no crean, de que todavía los seres humanos, que pue­blan la faz de la Tierra, no son hombres sino animales, bestias, porque comen y duermen y viven como las bestias. En tanto no nos resol­vamos a crear los Cuerpos Existenciales Supe­riores del Ser, continuaremos siendo bestias.
Así pues, si queremos crear esos cuerpos para recibir los principios anímicos y espiritua­les que nos han de convertir en verdaderos hombres, necesitamos regenerarnos sexualmen­te, acabar con el horrible vicio de la fornica­ción, acabar con la masturbación, con el homo­sexualismo, con el lesbianismo, con el adulterio asqueante. Sólo así y procediendo con energía, podremos regenerarnos.
¿De qué sirve que nos llenemos la cabeza de teorías, si estamos podridos por el adulterio y la fornicación? ¿De qué sirve que nos leamos todas las bibliotecas del mundo, si continuamos siendo lo que somos? ¡Aunque digamos que somos y somos, no seremos más que lo que somos!
Así pues, ha llegado la hora de la regenera­ción y eso es lo fundamental. Transmutar las energías creadoras es básico, pero las gentes odian la transmutación. La odian porque el Ego odia lo que significa regeneración. El Ego no tiene ganas de morir; a nadie le gusta que le pongan una pistola en el pecho, a nadie le gusta que lo amenacen con una ametralladora, ­al Ego no le puede gustar jamás que alguien le presente una Doctrina relacionada con la transmutación sexual y la regeneración. Eso va contra el placer sexual, eso va contra la orgía, contra el vicio, que es lo que más quiere el Ego.
Así pues, es una disyuntiva la que tenemos: o nos regeneramos o pereceremos. Pronto una masa planetaria llegará a la Tierra, una masa gigante, me refiero a Hercólubus. Tal masa producirá una revolución total de los ejes de la Tierra y los mares se tragarán los actua­les continentes. Los fornicarios, los perversos y los adúlteros, tendrán que entrar a las en­trañas de la Tierra para involucionar en el tiempo.
Quienes oigan estas palabras dirán que no hay amor y se equivocan. Sí hay amor; lo que no hay, en modo alguno, es pietismo, mo­jigatería, tolerancia con el delito, con el vicio, etc., etc., etc.
Estamos aquí, todos, para estudiar esta no­che lo que somos y lo que debemos ser. He dicho que el Ego no es más que un montón de diablos en nuestro interior, he dicho que necesitamos aniquilar todos esos defectos psicológicos. He dicho también que necesita­mos crear los cuerpos, que no tenemos, para convertirnos en hombres. La transmutación es básica para la creación de esos cuerpos. Hay que transmutar el esperma sagrado en energía; esa energía creadora, es el mercurio de la filosofía secreta, el mercurio de los sabios. Con esa energía maravillosa podemos realizar la crea­ción de los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser.
En Alquimia se habla de la sal, del azu­fre y del mercurio. Nosotros somos la sal de la Tierra; esa sal debe ser fecundada por el mercurio y por el azufre. El mercurio es el alma metálica del esperma, es la energía creadora del Tercer Logos. El azufre es el fuego divinal en nosotros, el Fohat, esa ígnea llamarada que debe desarrollarse en nuestra espina dorsal.
Cuando logremos la fusión completa de la sal, del azufre y del mercurio, mediante la transmutación y sublimación, tendremos el material para crear el Cuerpo Astral, ten­dremos el material para crear el Cuerpo de la Mente y tendremos el material para crear el Cuerpo de la Voluntad Consciente.
La clave es muy sencilla y no tendré in­conveniente alguno en darla aquí, ante este auditorio, aquí, a todos reunidos: conexión del Lingam-Yoni sin eyacula­tion del ens seminis, porque en el ens seminis esta el ens virtutis del fuego... Este artificio maravilloso, extraordinario, es el secreto secretorum de los alquimistas medievales.
Antiguamente, en el Egipto de los Faraones, este secreto secretorum de la Ciencia de Her­mes, solamente se entregaba de labios a oídos y bajo palabra de juramento; así lo recibí yo en la tierra de los Faraones. Quien violaba el juramento, era condenado a pena de muerte. Los papiros egipcios dicen que se le "cortaba la cabeza, se le arrancaba el corazón, se quemaba su cuerpo y las cenizas eran lanzadas a los cuatro vientos".
Ahora, muchos no quieren este fino artifi­cio, este secreto secretorum, porque se los estoy dando de regalado. En el Egipto antiguo cos­taba hasta la vida y entonces este secreto se apreciaba. Los sabios siempre guardaron el secreto de la preparación del mercurio, yo no lo guardo, se lo entrego a ustedes, es ese.
Si ustedes fabrican mercurio, crearán los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser y po­drán entonces recibir los principios anímicos y espirituales y convertirse en hombres, pero en hombres de verdad. Empero es necesario eliminar los elementos indeseables que en el interior se cargan, porque si alguien fabricase los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser, si alguien crease los vehículos trascendentales del Ser y no eliminase los elementos indesea­bles que en nuestro interior cargamos, se convertiría en un Hanasmussen con doble centro de gravedad.
Advierto esto porque no tengo ganas de sa­car una cosecha de Hanasmussen; yo trabajo para crear hombres, hombres solares; ese es el objeto de la misión que estoy cumpliendo: he venido a crear hombres. En nombre de la realidad, en nombre de la ver­dad, digo: se hace indispensable eliminar el mercurio seco, es decir, los Yoes que, en su conjunto, constituyen el Ego.

Paz Inverencial
Servidor Samael

Identidad, Valores e Imagen

Vamos a platicar un poco... Ciertamente, a través de estas disquisiciones, nos proponemos entre todos buscar una solución a muchas inquietudes íntimas. No pretendo saber más que ustedes, ni creo que ustedes pretendan saber más que mi insignificante persona. Sólo queremos reunirnos para compartir nuestras inquietudes y eso es todo. Nos anima, pues, la sinceridad.
Necesitamos del bienestar integral. Todos sufrimos, tenemos amarguras en la vida y queremos cambiar. En todo caso, pienso yo y ustedes estarán de acuerdo, que el bienestar integral es el resultado del autorrespeto. Esto parecería bastante extraño a un economista, a un filósofo, etc. ¿Qué tendría que ver, por ejemplo, el autorrespeto con la cuestión económica, o con los problemas relacionados con el trabajo, con la fuerza del trabajo, o con el capital, etc.? Voy a decirles lo siguiente: el Nivel del Ser atrae nuestra propia vida.
Vivíamos nosotros en una casa muy hermosa de la ciudad de México; tras esa casa existe un terreno muy amplio que estaba vacío. Un día cualquiera, un grupo de "paracaidistas" (como les llamamos) invadió aquel terreno. Pronto edificaron sus chozas de cartón y se establecieron allí. Incuestionablemente, se convirtieron en algo sucio dentro de aquella colonia tan hermosa. No quiero subestimarlos, pero (realmente) si sus chozas de cartón estuvieran aseadas, nada les objetaría. Desgraciadamente, había entre esas gentes un desaseo espantoso.
Observé cuidadosamente, desde la azotea de la casa, la vida de aquellas personas: se insultaban, se herían, se emborrachaban, no se respetaban a sí mismas, tampoco respetaban a sus semejantes y su vida era horripilante en miserias y abominaciones. Si antes no se veían por ahí las patrullas de la policía, después estas andaban siempre visitando la colonia; si antes esa colonia era pacifica, después se volvió un infierno. Así pude evidenciar que el Nivel del Ser atrae nuestra propia vida; eso es obvio.
Supongamos que uno de esos habitantes resolviera, de la noche a la mañana, respetarse a sí mismo y respetar a los demás. Entonces, obviamente, cambiaría.
¿Qué se entiende por "respetarse a sí mismo"? Dejar la delincuencia, no robar, no fornicar, no adulterar, no envidiar el bienestar del prójimo, ser humilde, sencillo, abandonar la pereza, convertirse en una persona activa, aseada, decente, etc. Al respetarse un ciudadano a sí mismo, cambia de Nivel del Ser (eso es lógico) y al cambiar de Nivel del Ser, incuestionablemente, atrae nuevas circunstancias, pues se relacionaría con gentes más decentes, con gentes distintas, y posiblemente ese motivo de relaciones provocaría un cambio económico y social en su existencia. Así se cumpliría esto que estoy diciendo: de que el autorrespeto integral viene a provocar el bienestar social y económico. Pero si uno no sabe respetarse a sí mismo, tampoco respeta a sus semejantes y se condena (a sí mismo) a una vida infeliz, desventurada.
El bienestar integral está en el autorrespeto. No olviden ustedes que "lo exterior es tan sólo la reflexión de lo interior". Eso ya lo dijo Don Emmanuel Kant, el filósofo de Königsberg. Si estudiamos cuidadosamente "La Critica de la Razón Pura", descubrimos, ciertamente, que "lo exterior es lo interior" (palabras textuales de Don Emmanuel Kant).
La imagen exterior del hombre y las circunstancias que le rodean, son el resultado de la autoimagen. Todos tenemos una autoimagen. Esa palabra, "autoimagen" (compuesta), es profundamente significativa. Precisamente me viene a la memoria, en estos momentos, la fotografía aquélla de Fernando. Se le saca una fotografía a nuestro amigo Fernando, y como cosa curiosa salen en la foto dos Fernandos: uno, muy quieto, en posición firme, con el rostro hacia el frente, el otro aparece caminando frente a él, con el rostro diferente, etc. ¿Cómo es posible que en una foto salgan dos Fernandos? Yo creo que esta foto vale la pena ampliarla, porque puede servir para mostrarla a todas las personas en estos estudios.
Obviamente, yo pienso que el segundo Fernando sería la autorreflexión del Fernando original; eso es obvio. Porque escrito está que "la imagen exterior del hombre y las circunstancias que le rodean, son el resultado de la autoimagen". También está escrito que "lo exterior es tan sólo la reflexión de lo interior". Y Las personas y las cosas con las que nosotros nos encontramos en la vida, son la autorreflexión de nosotros mismos, porque "lo exterior es lo interior", dijo Don Emmanuel Kant, el filósofo de Königsberg.
Así que, si nosotros no nos respetamos, si la imagen interior de sí mismos es muy pobre, si estamos llenos de defectos psicológicos, de lacras morales, incuestionablemente surgirán eventos desagradables en el mundo exterior, dificultades económicas y sociales, etc. No olvidemos que la imagen exterior del hombre y las circunstancias que le rodean, son el resultado de la autoimagen.
Tenemos una autoimagen (fuera existe la imagen exterior, que puede ser fotografiada, pero dentro tenemos otra imagen: la autoimagen), o para aclarar mejor diremos que fuera tenemos la imagen física, sensible, y dentro tenemos la imagen de tipo psicológico, hipersensible.
Si fuera tenemos nosotros una imagen pobre, miserable, y si a esta imagen le acompañan circunstancias desagradables: una situación económica difícil, problemas de toda especie, conflictos (ya en la casa, en la calle, en el trabajo, etc.), pues esto se debe, sencillamente, a que nuestra autoimagen de tipo psicológico es pobre y defectuosa, horripilante. En el medio ambiente reflejamos nuestra miseria, nuestra nadidad, lo que somos.
Si queremos cambiar, necesitamos un cambio total: Imagen, valores e identidad, deben cambiar radicalmente.
Decía yo en una de las platicas aquí, que cada uno de nosotros es un punto matemático en el espacio que accede a servir de vehículo a determinada suma de valores. Algunos sirven de vehículos a valores geniales y otros podrán servir de vehículos a valores mediocres (cada cual es cada cual).
La mayor parte de los seres humanos sirven de vehículo a los valores del Ego, del Yo, del mí mismo, del sí mismo. Estos valores pueden ser positivos o negativos.
Así que, identidad, valores e imagen, son un todo único.
Digo que debemos pasar por una transformación radical: afirmo, en forma enfática, que identidad, valores e imagen, deben ser cambiados totalmente. Necesitamos una nueva identidad, nuevos valores, nueva imagen (eso es revolución psicológica, revolución íntima). Absurdo es continuar dentro del circulo vicioso en que actualmente nos movemos: necesitamos cambiar totalmente.
No olviden, pues, que la autoimagen de un hombre da origen a su imagen exterior. Al decir "autoimagen", me refiero a esa imagen psicológica que tenemos.
¿Cuál será nuestra imagen psicológica? ¿Será la del iracundo, la del codicioso, la del lujurioso, la del envidioso, la del orgulloso, la del perezoso, la del glotón, o qué? Cualquiera sea la imagen que de sí mismos tengamos (o mejor dijéramos, la autoimagen), dará origen, como es natural, a la imagen exterior.
La imagen exterior, aunque esté muy bien vestida, podría ser pobre. ¿Es acaso bella la imagen de un orgulloso, de alguien que se ha vuelto insoportable, que no tiene un rasgo de humildad? ¿Es acaso muy agradable la imagen de un lujurioso? ¿Cómo actúa un lujurioso, cómo vive, que aspecto presenta dentro de su recamara, cuál es su comportamiento en la vida íntima, con el sexo opuesto?
¿O tal vez se haya degenerado? ¿Cual sería la imagen externa de un envidioso, de alguien que sufre por el bienestar del prójimo y que en secreto hace daño a otros por envidia? ¡Que horrible imagen la que presenta un perezoso: no quiere trabajar, sucio, abominable! ¿Y que diríamos del glotón? Así que, la imagen exterior es el resultado de la imagen interior; eso es obvio.
Si un hombre aprende a respetarse a sí mismo, cambia su vida, no solamente dentro del terreno de la ética o de la psicología, sino también dentro del terreno social y económico, y hasta de la política. Pero hay que cambiar; por eso insisto, mis estimables amigos, en que identidad, imagen y valores, deben cambiar.
La identidad actual, los valores actuales, la imagen que de sí mismos tenemos actualmente, es miserable. Debido a eso, la vida social esta llena de conflictos y problemas económicos. Nadie es feliz por este tiempo, nadie es dichoso.
Pero, ¿podría cambiar la imagen, los valores, la identidad que tenemos? ¿Podríamos asumir una nueva identidad, nuevos valores, nueva imagen? Afirmo, claramente, que sí es posible.
Incuestionablemente, necesitamos desintegrar el Ego. Todos tenemos un Yo. Cuando golpeamos en una puerta y se nos pregunta "¿quien es?", respondemos: "¡Yo!" Pero, ¿quién es ese Yo, quién es ese mí mismo? En realidad de verdad, el Ego es una suma de valores negativos (o positivos, podríamos decir). Entonces podríamos servir de vehículo a nuevos valores: a los valores del Ser. Pero en éste caso necesitamos de una didáctica, si es que queremos eliminar los valores que tenemos actualmente para provocar un cambio.
Ante todo sería necesario, en realidad de verdad, apelar al psicoanálisis íntimo. Cuando uno apela al psicoanálisis íntimo para conocer sus defectos de tipo psicológico, surge una gran dificultad. Quiero referirme, en forma enfática, a la fuerza de la contra transferencia. Uno puede autoinvestigarse, uno puede introvertirse, más cuando lo intenta, siempre surge la dificultad de la contra transferencia (se trata de transferir nuestra atención hacia adentro, con el propósito de autoexplorarnos para autoconocernos y eliminar los valores negativos que nos perjudican psicológicamente: en lo social, en lo económico, en lo político y hasta en lo espiritual). Desafortunadamente, repito, cuando uno trata de introvertirse para autoexplorarse y conocerse a sí mismo, de inmediato surge la contra transferencia, que es una fuerza que dificulta la introversión. Si no existiera la contra transferencia, la introversión se haría más fácil. Desgraciadamente, la contra transferencia dificulta completamente la introversión, y necesitamos del psicoanálisis íntimo, necesitamos de la autoinvestigación íntima para autoconocernos realmente.
Recordemos nosotros aquélla frase de Tales de Mileto: "Nosce Te Ipsum" ("conócete a ti mismo"). Cuando uno se conoce a sí mismo, puede cambiar; mientras a sí mismo no se conozca, cualquier cambio resultará inútil.
Pero ante todo, mis estimables amigos, necesitamos del autoanálisis. ¿Cómo vencería uno la fuerza de la contra transferencia que dificulta el psicoanálisis íntimo, o el autoanálisis? Esto solamente sería posible, en realidad de verdad, mediante el Análisis Transaccional y el Análisis Estructural.
Cuando uno apela al Análisis Estructural, conoce esas estructuras psicológicas que dificultan y hacen casi imposible la introspección íntima. Conociendo tales estructuras, las comprendemos, y comprendiéndolas podemos entonces vencer el obstáculo.
Necesitaríamos algo más: necesitaríamos también del Análisis Transaccional. Existen las transacciones bancarias, comerciales, etc., y también existen las transacciones psicológicas: los diversos elementos psicológicos que en nuestro interior cargamos, están sometidos a las transacciones, a los intercambios, a las luchas, a los cambios de posición, etc. No son algo inmóvil, existen siempre en estado de movimiento.
Cuando uno, mediante el Análisis Transaccional y el Análisis Estructural, ha conseguido desintegrar o disolver completamente los valores negativos, se respeta a sí mismo y al respetarse a sí mismo, respeta a los demás; se convierte, dijéramos, en una fuente de bondad para todo el mundo, se convierte en una criatura perfecta, consciente, maravillosa.
Esa autoimagen (mística, dijéramos) de un hombre despierto, originará por secuencia o corolario, la imagen perfecta de un noble ciudadano, cuyas circunstancias serán benéficas también en todo sentido; será un eslabón de oro en la gran cadena universal de la vida, será un ejemplo para el mundo entero, una fuente de dicha para muchos seres: un iluminado, en el sentido más trascendental de la palabra; alguien que gozara de un éxtasis continuo y delicioso.
No olviden ustedes, mis queridos amigos, que en Dinámica Mental necesitamos saber algo sobre el cómo y el por qué funciona la mente. La mente, incuestionablemente, es un instrumento que nosotros debemos aprender a utilizar conscientemente. Pero sería absurdo suponer que tal instrumento fuese eficiente, si antes no conocemos el cómo y el por qué de la mente.
Cuando uno conoce el cómo y el por qué de la mente, cuando conoce los diversos funcionalismos de la misma, puede controlarla y hasta se convierte en un instrumento útil, perfecto; en un maravilloso vehículo, mediante el cual podemos nosotros laborar en beneficio de la humanidad.
Se necesita en verdad de un sistema realista, si es que en verdad queremos conocer el potencial de la mente humana.
Por estos tiempos abundan muchos sistemas para el control de la mente. Hay quienes piensan que ciertos ejercicios artificiosos pueden ser magníficos para el control del entendimiento; hay muchas escuelas, existen muchas teorías sobre la mente, y muchos sistemas. Más, ¿cómo sería posible, en realidad de verdad, hacer de la mente algo útil? ¿Piensan ustedes que si nosotros no conocemos el cómo y el por qué de la mente, podríamos conseguir que ésta fuera perfecta? Necesitamos conocer los diversos funcionalismos de la mente, si es que queremos que la misma sea perfecta.
¿Cómo funciona, por qué funciona? Ese "cómo" y "por qué", son definitivos.
Si lanzamos nosotros, por ejemplo, una piedra a un lago, veremos que se forman ondas. Estas son la reacción del lago, del agua contra la piedra. Similarmente, si alguien nos dice una palabra irónica, esta palabra llega a la mente y la mente reacciona contra tal palabra; entonces vienen los conflictos.
Todo el mundo está en problemas, todo el mundo vive en conflicto. Yo he observado, cuidadosamente, las mesas de debate en muchas organizaciones, escuelas, etc.; no se respetan los unos a los otros. ¿Por qué? Porque no se respetan a sí mismos.
Obsérvese un Senado, o una Cámara de Representantes, o simplemente la mesa de una escuela: si alguien dice algo, otro se siente aludido, se enoja, dice algo peor, y riñen entre sí los miembros de una Junta Directiva. Esto indica que la mente de cada uno de ellos reacciona contra los impactos provenientes del mundo exterior, y resulta gravísimo.
Uno tiene que, en verdad, apelar al psicoanálisis introspectivo para explorar su propia mente; se hace necesario autoconocernos un poco más dentro de lo intelectual.
¿Por qué reaccionamos ante la palabra de un semejante? En estas condiciones, nosotros siempre somos víctimas: si alguien quiere que estemos contentos, basta que nos de unas palmaditas en el hombro y nos diga algunas palabras amables; si alguien quiere vernos disgustados, bastaría con que nos dijera algunas palabras desagradables. Entonces, ¿donde está nuestra verdadera libertad intelectual? ¿Cuál es? Si dependemos completamente de los demás, somos esclavos; nuestros procesos psicológicos, en realidad de verdad, dependen exclusivamente de otras personas, no mandamos en nuestros propios procesos psicológicos. ¡Esto es terrible: otros son los que mandan en nosotros, en nuestros procesos íntimos!
Un amigo, de pronto viene y nos dice que nos invita a una fiesta. Vamos a la casa del amigo, nos brinda una copa, nos da pena no aceptársela, nos la tomamos. Viene otra copa y también nos la tomamos, y otra y "le seguimos" y al fin terminamos embriagados. El amigo fue dueño y señor de nuestros procesos psicológicos.
¿Creen ustedes que una mente así puede servir acaso para algo? Si alguien manda en nosotros, si todo el mundo tiene derecho a mandar en nosotros, ¿entonces donde está nuestra libertad intelectual? ¿Cuál es?
De pronto nos hallamos ante una persona del sexo opuesto, nos identificamos mucho con esa persona y a la larga terminamos metidos en fornicaciones o en adulterios. Quiere decir que aquella persona del sexo opuesto pudo más: inició nuestro proceso psicológico, nos controló, nos sometió a su voluntad. ¿Es esto libertad?
El animal intelectual equivocadamente llamado hombre, en realidad de verdad se ha educado para negar su autentica identidad, valores e imagen. ¿Cuál será la auténtica identidad, valores e imagen íntima de cada uno de nosotros? ¿Será acaso el Ego, o la personalidad? ¡No! Mediante el análisis introspectivo, podríamos pasar más allá del Ego y descubrir al Ser.
Incuestionablemente, el Ser en sí mismo es nuestra auténtica realidad, valores e imagen. El Ser, en sí mismo, es el C.H., el Cosmos Hombre, o el Hombre Cosmos. Esa es nuestra autentica identidad, valores e imagen.
Desgraciadamente, como ya les he dicho, el animal intelectual falsamente llamado hombre, se ha autoeducado para negar sus propios valores íntimos, ha caído en el materialismo de esta época degenerada, se ha entregado a todos los vicios de la Tierra, marcha por el camino del error.
Aceptar la cultura negativa, instalada subjetivamente en nuestro interior, siguiendo el camino de la menor resistencia, es un absurdo. Desgraciadamente las gentes, por esta época, gozan siguiendo el camino de la menor resistencia y aceptan la falsa cultura materialista de estos tiempos, dejan o permiten que sea instalada en su psiquis, y es así como llegan a la negación de los verdaderos valores del Ser.
Quiero que reflexionen muy bien ustedes esta noche, mis queridos amigos, sobre estas cosas. Recuerden ustedes que allá arriba, en el espacio infinito, en el espacio estrellado, toda acción es el resultado de una ecuación y de una fórmula exacta. Así también, por simple deducción lógica, debemos afirmar, en forma enfática, que nuestra verdadera imagen (el Hombre Cósmico, íntimo), que está mas allá del Ego y de los falsos valores, es perfecta. Y cada acción del Ser, incuestionablemente, es el resultado de una ecuación y de una formula exacta.
Se han dado casos en que el Ser logre expresarse a través de alguien que haya conseguido un cambio de imagen, valores e identidad. Entonces, ese tal se ha convertido en algún profeta, en algún iluminado, pero también se han dado casos (lamentables) en que aquel que haya servido de vehículo al propio Ser, no haya, en verdad, comprendido las intenciones de lo divinal. Cuando alguien (que sirve de vehículo al Ser) no trabaja desinteresadamente en favor de la humanidad, incuestionablemente no ha entendido lo que es la ecuación y la formula exacta de toda acción del Ser. Sólo quien renuncia a los frutos de la acción, quien no espera recompensa alguna, quien sólo está animado por el amor para trabajar en favor de sus semejantes, ha comprendido, ciertamente, la actividad del Ser.
Necesitamos pasar, repito, por un cambio total de sí mismos. Imagen, valores, identidad, deben cambiar, y en vez de tener la imagen pobre del hombre terrenal, debemos tener una imagen espiritual, celestial, aquí mismo y en carne y hueso. En vez de poseer los falsos valores del Ego, deben estar (en nuestro corazón y en nuestra mente) los valores positivos del Ser. En vez de tener, pues, una identidad grosera, debemos tener una identidad puesta al servicio del Ser.
Reflexionemos en todo esto; trabajemos, hasta que nos convirtamos en la misma expresión del Ser. El Ser es el Ser y la razón de ser del Ser, es el mismo Ser.
Distingamos, claramente, entre lo que es la "expresión" y lo que es la "autorreflexión". El Ego puede expresarse, más nunca tendrá autoexpresión. El Ego se expresa a través de la personalidad y sus expresiones son subjetivas: dice lo que otros le dijeron, narra lo que otros le contaron, explica lo que otros le explicaron, más no tiene autoexpresión evidente del Ser.
La autoexpresión objetiva (real) del Ser, es lo que cuenta. Cuando el Ser se expresa a través de nosotros, lo hace en forma perfecta.
Hay que desintegrar el Ego, el Yo, el mí mismo, a base de psicoanálisis íntimos, para que se exprese a través de nosotros el verbo, la palabra del Ser.
Hasta aquí mis palabras de esta noche
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¡Paz Inverencial!

Servidor Samael